DOS MÉTODOS FRENTE A LA REVOLUCIÓN LATINOAMERICANA (1964)
Comentarios críticos a los trabajos de Ernesto Che Guevara “La guerra de guerrillas”, “Cuba: ¿caso excepcional o vanguardia en la lucha contra el colonialismo” y “Guerra de guerrillas: un método”. Artículo publicado en la revista Estrategia (segunda época). Buenos Aires, 1964.
¿LUCHA GUERRILLERA O LUCHA OBRERA Y DE MASAS?
La revolución cubana es el más importante acontecimiento latinoamericano en lo que va del siglo, por marcar el comienzo de la revolución socialista en nuestro continente, Estados Unidos y el mundo occidental y por haber dado origen también a una nueva generación y tendencia revolucionaria a escala continental: el castrismo. Son sus dirigentes los líderes indiscutidos de la revolución cubana, Fidel Castro y el Che Guevara. Este es el único que ha hecho esfuerzos por trasladar al campo teórico, programático, las experienciavs de esa nueva tendencia revolucionaria.
Lo mismo ha intentado hacer con otro aspecto del quehacer revolucionario, la construcción de una economía socialista, al promover la discusión sobre la aplicación de la ley del valor en la economía cubana. No podemos menos que felicitarlo por ese magnífico ejemplo. Pero no sólo esto, sino que también queremos intervenir de lleno en la polémica sobre la estrategia revolucionaria para América Latina.
Trotsky, al comentar incidentalmente las polémicas de Bujarin con Lenin, señalaba que las hacía de rodillas, como pidiendo perdón, del mismo modo que un hijo discute con su padre o un alumno con su maestro: como si fuera una desgracia. Nosotros nos ubicamos frente a Guevara o Fidel Castro en una posición similar. Nuestra admiración, respeto, reconocimiento hacia ellos, como jefes del proceso revolucionario latinoamericano, no tienen límites. En el caso de Fidel Castro no hemos dudado en considerarlo junto con Lenin y Trotsky, uno de los más grandes genios revolucionarios de este siglo.
Esta posición no es un “saludo a la bandera”, como dicen los chilenos, o entre nosotros, “una mandada de parte”. Fidel y el Che han demostrado en los hechos y han popularizado varías cuestiones políticas y teóricas de fundamental importancia, que hacen que de ellos se pueda decir, parafraseando, lo que Sartre dice de la filosofía de Marx, “‘que no hay hoy día otra corriente revolucionaria en Latinoamérica que el castrismo.”
Dos son las principales conclusiones teórico-políticas del castrismo. Primero, que no hay otro camino para el triunfo de la revolución latinoamericana y mundial, que el de la lucha de clases con su corolario inevitable, la lucha armada, para destruir el aparato de represión estatal del régimen. Segundo, que este proceso de lucha armada es el comienzo de una revolución en permanencia, o como dice Guevara, que cada vez se profundiza más. Dejamos de lado el hecho de que estas dos conclusiones son la razón de ser del trotskismo.
Estas dos ideas cardinales del castrismo nos hacen consideramos sus discípulos, en contra de las variantes reformistas de todo tipo, desde la kruschevista hasta la nacional reformista que creen justamente lo contrario: que no es imprescindible la lucha de clases y armada y que la revolución democrático-burguesa no debe profundizarse más y más y que se puede llevar a cabo en grandes etapas históricas.
Nuestro acuerdo principista con el castrismo no nos impide, sin embargo, advertir que desde la revolución cubana el movimiento revolucionario latinoamericano ha sufrido una serie de derrotas colosales, empezando por el fracaso total y aplastante de la guerrilla paraguaya, apoyada en un entusiasmo y movilización apasionada de una impresionante vanguardia, y terminando con el de las guerrillas venezolanas al querer impedir las elecciones y la posterior asunción del mando por Leoni1. A estos fracasos se ha sumado la caída de Goulart y Brizola2, colosal derrota de los trabajadores latinoamericanos en su conjunto.
Esto nos obliga a un análisis cuidadoso de las posiciones y la práctica de los más ortodoxos guevaristas, ya que los líderes de varios de esos fracasos se han declarado guevaristas fanáticos. Es decir, nuestro análisis crítico de las posiciones de Guevara no tiene un mero interés teórico sino, por el contrario, práctico. ¿Qué responden a esto los guevaristas? “¿Para qué discutir un método, la guerra de guerrillas, que ha demostrado su corrección absoluta con el triunfo en Cuba?”. Nosotros estamos en contra del método de aceptación y generalización pasiva de los triunfos revolucionarios. Estamos por la defensa incondicional de ellos, pero en cuanto a métodos seguimos reivindicando el crítico-teórico que nos caracteriza.
Esto nos obliga a estudiar críticamente, tanto los éxitos como los fracasos, y elevar a ambos a un plano de generalización teórica. La crítica debe ser implacable. Esa es la única forma de superar los éxitos y evitar los fracasos. Ese será el marco de nuestro análisis de la teoría y práctica guevaristas.
¿ES LA GUERRA DE GUERRILLAS EL ÚNICO MÉTODO VIABLE?
Guevara habla de la guerra de guerrillas como de un método para tomar el poder. Pero este no es para él un método entre otros, sino el único que nos puede llevar al triunfo, “porque estimamos que en las condiciones actuales de América, la guerra de guerrillas es la vía correcta. Hay argumentos fundamentales, que, en nuestro concepto determinan la necesidad de la acción guerrillera en América como eje central de la lucha”3.
El autor demuestra su categórica y peligrosa afirmación, a consecuencia de la cual han muerto y siguen muriendo los mejores luchadores de vanguardia pequeño burgueses latinoamericanos, en forma por demás esquemática y abstracta. Los “argumentos fundamentales” son tres, uno técnico y otros dos, que tienen algo que ver con la realidad de nuestro continente.
Primero, la guerra de guerrillas es la única posibilidad técnica de esconder a la dirección revolucionaria, ya que si lo hace en la ciudad casi seguro cae en manos de la reacción. “[…] en cambio el mando guerrillero, asentado en terreno favorable a la lucha, garantiza la seguridad y permanencia del mando revolucionario”4.
Segundo, “la situación general del campesinado latinoamericano y el carácter cada vez más explosivo de su lucha contra las estructuras feudales, en el marco de una situación social de afianza entre explotadores locales y extranjeros”5.
Y tercero, el “carácter continental de la lucha”6.
Estudiemos cada uno de esos argumentos, empezando por el primero, o sea la mejor forma de esconder a la dirección revolucionaria.
Este nos parece infantil. Para nosotros el esconder bien a la dirección revolucionaria no es una tarea técnica, sino político-social. No se trata de buscar el mejor lugar geográfico para esconderse sino el mejor sector político-social. Fidel Castro se cobijó en el Oriente de Cuba porque allí se encontraban los núcleos burgueses y terratenientes que lo apoyaban y estaban en oposición a Batista. Todo el Oriente simpatizaba con el 26 de Julio y Fidel Castro. Esa ley es general: la dirección revolucionaria tiene que esconderse en el medio social que le sea incondicional y lo apoye políticamente, ya sea urbano o rural. Hay centenares de ejemplos de luchadores urbanos que no han caído en manos de la represión viviendo en las ciudades. Toda la Gestapo nazi no pudo detener ni descubrir a la dirección de la resistencia francesa, ni a Camus, director del periódico clandestino, aunque se escondían en Paris. Eso se debió a que la amplia mayoría del pueblo francés los apoyaba. Entre los años cuarenta y tres a cuarenta y cinco en la Argentina fue imposible detener a Gerónimo Arnedo Alvarez, que se escondía en Buenos Aires, gracias a que en esa época el Partido Comunista Argentino se apoyaba en importantes sectores del movimiento obrero e intelectual.
En cambio, dirigentes guerrilleros han sido liquidados o apresados a pesar de lo perfecto de su escondite, por no contar desde el principio con el apoyo de la población (Paraguay, Venezuela, España y los guerrilleros de Salta últimamente en nuestro país). Es que el esconder a una dirección revolucionaria, requiere una organización y un sólido apoyo social, no una mera técnica de escondite.
Continuemos con su segundo “argumento fundamental”: “el carácter explosivo de la lucha campesina”. Que no se diga que rebelión campesina contra feudalismo significa automáticamente “guerra de guerrillas”, porque los ejemplos boliviano, peruano, brasileño, señalan justamente lo contrario, grandes luchas campesinas, entre ellas la boliviana triunfante, sin guerra de guerrillas.
La revolución rusa, por otra parte, se apoyó en una colosal movilización campesina sin necesidad de apelar a la guerra de guerrillas para liberarse del feudalismo. Es decir, Guevara da un elemento que por sí solo no demuestra nada, al señalar un hecho indiscutible: que los campesinos latinoamericanos se movilizan contra las estructuras arcaicas que los oprimen. De ese hecho cierto no surge ni puede surgir que la guerra de guerrillas sea la “vía correcta” o el “eje central de la lucha”. El campesinado en Brasil o en Perú se ha inclinado por la sindicalización y las ocupaciones masivas de tierra y no ha tenido ninguna tendencia a hacer guerrillas. ¿De dónde saca Guevara su conclusión si la experiencia histórica y latinoamericana no la avalan? No puede ser de otra fuente que de su propia voluntad y deseo. Pero la voluntad y el deseo son malos consejeros si no se asientan en un estudio responsable de la realidad. El campesinado, como toda clase oprimida, va superando sus medios de lucha de acuerdo a su experiencia. ¿Por qué Guevara quiere suprimir esa experiencia de los campesinos reemplazándola por un esquema? ¿Por qué aspira a que utilicen sólo un método? ¿Por qué niega de antemano toda otra forma de lucha armada o de combinación de métodos? ¿No es mucho más correcto acompañar la experiencia campesina en lugar de tratar de imponerle una forma de lucha armada?
Dejamos de lado el argumento subordinado de la “alianza entre los explotadores locales y extranjeros” porque ya nos detendremos ampliamente en él en el capítulo correspondiente.
El tercer “argumento fundamental” y el más débil es casi inexplicable en labios de un revolucionario serio como Guevara. No entendemos por qué del “carácter continental de la lucha” se desprende que el único método posible en cada uno de nuestros países es la guerra de guerrillas. El carácter continental de la lucha pone en contacto a las distintas luchas nacionales de los trabajadores, los enfrenta a un mismo enemigo: el imperialismo yanqui, y les da un objetivo común, la unidad latinoamericana (que Guevara no plantea explícitamente), pero nunca podrá por sí solo indicar el carácter y las modalidades que esa lucha adquirirá en cada uno de nuestros países.
El saldo es verdaderamente desolador: Guevara no da un solo argumento digno de tomarse en cuenta para justificar su tremenda conclusión.
Pero seríamos injustos con nuestro Che si no reconociéramos que de sus trabajos se desprende una armazón un poco más sólida y amplia para demostrar su teoría.
Vamos a ver entonces que la guerra de guerrillas es el “eje central de la lucha” por tres razones que se desprenden de sus escritos: un análisis de la realidad latinoamericana, un estudio de la experiencia histórica, principalmente de Cuba, y el decisivo, de carácter técnico, las ventajas militares de la guerra de guerrillas y las desventajas de los otros métodos. El que los argumentos técnicos sean los decisivos (como lo demuestra entre otras cosas el hecho de que su primer argumento favorable a la guerrilla sea el de esconder a1a dirección revolucionaria) invalida de por sí toda su estructura teórica desde el punto de vista marxista.
Para el marxismo lo esencial es justamente lo contrario: el análisis de la realidad latinoamericana y la experiencia histórica. Solo esto nos puede permitir encontrar la estrategia correcta y no generalidades técnicas súper abstractas, como que la guerra de guerrillas es el único método de destrucción del ejército oligárquico.
IGNORANCIA DE LAS REALIDADES NACIONALES
Al pensar y demostrar así, Guevara niega lo esencial del marxismo que siempre parte de la realidad, de lo concreto para volver a él modificándolo. Solo un estudio profundo, exhaustivo, de la realidad latinoamericana y de cada uno de nuestros países puede permitirnos llegar a la conclusión de que la guerra de guerrillas es el único método viable de hacer la revolución en esta etapa.
Ese estudio tiene que ser un estudio profundo, total, de la historia y tradición de cada país, principalmente del movimiento de masas (no es lo mismo el proletariado argentino con su colosal experiencia anarquista, comunista y peronista, que el cubano o brasileño), de la economía, de la sociedad con sus relaciones y sectores de clases, de la política de los explotadores con su Estado y partidos políticos, y por último los sindicatos y partidos obreros y campesinos con sus dirigentes. Solo así podremos encontrar la política y los métodos revolucionarios correctos.
Sin embargo la miopía guevarista sobre las distintas características de cada país latinoamericano no podía ser tan grande. Guevara reconoce, por ejemplo, que hay problemas con el movimiento de masas: “Los países, que aún sin hablar de una efectiva industrialización, han desarrollado una industria media y ligera, o simplemente han sufrido procesos de concentración de su población en grandes centros, encuentran muy difícil preparar guerrillas”7. En forma muy, pero muy discreta, casi desapercibida nos dice que nada menos que en Brasil, México, Chile, Argentina, Uruguay, es decir en el 80% de Latinoamérica, que ha desarrollado “su industria media y ligera”, es “muy difícil preparar guerrillas”. Esta confesión no inmuta a Guevara ni le hace sacar conclusiones políticas. Parte de la premisa que el único método viable es la guerrilla, entonces hay que hacerla aunque “sea muy difícil”. A nosotros se nos ocurren unas preguntas: Si en esos países es “muy difícil preparar guerrillas”, ¿no podremos encontrar otras formas de lucha armada más fáciles? ¿La resistencia del pueblo trabajador a la guerrilla no es un alerta a los esquemáticos que no toman para nada en cuenta las realidades nacionales? ¿No es más fácil encarar la lucha armada de acuerdo a los métodos y en los lugares que se den los trabajadores y su vanguardia? Si la realidad del país hace muy difícil la guerrilla, ¿por qué se insiste en ella? ¿No será por razones meramente técnicas y por la obsesión de que no hay otro método? ¿Y aceptar un solo método no es condenarse al fracaso más total?
LA EXPERIENCIA BRASILEÑA
Para Guevara estas preguntas no tienen ninguna importancia o por lo menos no parece dársela. Es por eso que no se plantea explícitamente el gran problema de Latinoamérica en esta etapa: la revolución brasileña.
Si en Brasil hubiéramos hecho un estudio serio de la realidad hubiéramos llegado a la conclusión de que la principal tarea revolucionaria en toda América Latina era mucho más modesta que preparar la guerra de guerrillas: había que impedir que triunfara el putsch reaccionario gorila que se estaba preparando.
La situación latinoamericana, como la del país hermano, con su historia, economía, relaciones sociales, política y carácter del gobierno indicaban que era inevitable un golpe de estado reaccionario. La gran tarea entonces, era movilizar al movimiento de masas brasileño para frenarlo o aplastarlo, sin depositar la más mínima confianza en el gobierno de Goulart o Brizola. Ese solo análisis concreto le hubiera valido mucho más a la revolución y a Cuba revolucionaria que todos los trabajos teóricos del Che, porque significaba una política y estrategia precisa para la mitad de América Latina.
Porque no nos debemos engañar: la de Brasil ha sido la más trágica derrota del movimiento de masas latinoamericano en los últimos veinte años. Esa derrota se va a reflejar en todo nuestro continente, inclusive en Cuba, donde los gusanos comenzarán a levantar cabeza. Fidel y el Che, dirección indiscutida de la revolución latinoamericana, deben mostrar ante la historia y autocriticarse, si es necesario, cuál fue la política que aconsejaron para Brasil. De los trabajos del Che se desprende que guerra de guerrillas. En este caso ha sido un crimen político, porque la gran tarea era impedir el golpe reaccionario desde las ciudades, con los sindicatos de obreros y suboficiales. Si por el contrario fue la de enfrentar el golpe reaccionario, todos los trabajos teóricos de Guevara no sirven para nada, ya que en este caso “la posibilidad del triunfo de las masas populares de América Latina” no estaba “claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera” para la mitad del continente.
El afán polémico puede llevar a encontrar otra respuesta: el guevarismo planteaba la lucha contra el golpe preparando guerrillas. Aún se puede encontrar otro argumento: los hechos han demostrado que no hay otra salida que la guerrilla, ya que las masas urbanas fueron incapaces de hacer nada por Goulart. Esos no son más que argumentos polémicos para poder salvar la ropa. Lo concreto es qué se le aconsejaba a un castrista en Brasil: preparar la guerrilla o defender a Goulart desarrollando la movilización del movimiento de masas con las organizaciones que se habían dado (sindicatos de suboficiales, campesinos y obreros). El dilema es de hierro y no hay argumento polémico que lo pueda evitar. Si preparábamos la guerrilla no hacíamos lo otro y si movilizábamos desde las organizaciones sindicales no preparábamos la guerrilla.
Brasil es un alerta trágico y nos exige que digamos de una vez por todas: ¡Basta de recetas y generalidades! ¡Basta de consejos técnicos! ¡Empecemos a estudiar la realidad latinoamericana y de cada uno de nuestros países en especial para darnos una política concreta y correcta y así encontrar el método de lucha armada ajustado a esa política!
LA SITUACIÓN LATINOAMERICANA
Todo el movimiento revolucionario latinoamericano coincide en que la situación de nuestro continente es prerrevolucionaria. Pese a esta coincidencia, cuando se trata de profundizarla señalando los factores esenciales que hacen a la caracterización y al momento de iniciar la lucha armada, las discrepancias son casi totales.
Este análisis teórico de las condiciones mínimas que hacen a la posibilidad de la insurrección armada o del comienzo de la guerra de guerrillas es el más importante para los marxistas revolucionarios. Guevara no parece darle importancia, ya que “no siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas”8. Sin embargo en algunos de sus trabajos señala algunas condiciones mínimas. Pero antes de tomarlas en cuenta veamos qué han dicho los clásicos del marxismo sobre este problema cardinal.
El marxismo clásico había señalado cuatro condiciones para definir una situación como prerrevolucionaria con condiciones para la insurrección armada. Ellas son: primero, crisis general de las clases explotadoras. Segundo, crisis sin salida y neutralización, desesperación y vuelco de la clase media hacia una salida revolucionaría. Tercero, existencia de grandes organizaciones que agrupen al conjunto de los trabajadores y que tengan parte del poder real gubernamental, especialmente de la clase obrera. Cuarto, un fuerte partido marxista revolucionario que se plantee el problema del poder y la insurrección armada.
En esta postguerra y en aquellos países en que se dio una guerra de guerrillas triunfante, este esquema sufrió modificaciones de fundamental importancia. Por ejemplo, fue posible la iniciación de la insurrección armada y su triunfo sin partidos marxistas revolucionarios. Esta falta de un elemento fundamental del esquema clásico fue compensada con un fortalecimiento de otros factores. En todos los países en que triunfó la guerra de guerrillas lo hizo antecedida de una situación prerrevolucionaria caracterizada por estos cuatro elementos: primero, una crisis general de las clases explotadoras jamás conocida; segundo, vuelco del campesinado y la pequeña burguesía y aun de los sectores burgueses a la guerra de guerrillas en forma masiva, desesperada; tercero, existencia de grandes partidos de masas pequeño burgueses que reemplazan y sintetizan a los organismos específicos de poder de las masas trabajadoras y al partido marxista revolucionario; cuarto, estados limítrofes que apoyan a la guerrilla desde su estallido.
Si dejamos de lado las citas francamente infantiles o carentes de la más mínima seriedad, advertimos que de todos los trabajos de Guevara se desprende que para él las condiciones mínimas para iniciar la guerra de guerrillas son las opuestas a las de los clásicos del marxismo, o que no las toma para nada en cuenta. Veamos entonces que: primero, la primera condición para el marxismo clásico, que es la crisis total interna de los propios explotadores, no sólo no existe para él, sino que por el contrario lo que hay es una unidad monolítica, ya que los explotadores (imperialismo, terratenientes y burguesía) están cada vez más férreamente unidos, lo mismo que sus partidos, gobiernos y ejércitos.
Segundo, el campesinado es la única clase que puede empezar la lucha armada, ya que las clases urbanas no pueden encararla por mucho tiempo y lo más que podrán hacer es acompañar al campesinado. El vuelco masivo de la pequeña burguesía urbana y a veces de sectores de la propia burguesía a la guerra de guerrillas, ni siquiera es tomado en cuenta por Guevara como otra condición probable.
Tercero, no menciona siquiera la necesidad de los organismos de masas y del partido marxista revolucionario del esquema clásico, o los grandes partidos de masas de la guerra de guerrillas.
Cuarto, olvida por completo la ayuda de países limítrofes del esquema de la guerra de guerrillas. Se conforma con una sola condición superestructural: la revolución cubana levantó el ánimo y demostró a las masas que se puede triunfar.
Lo que vemos es que Guevara defiende la guerra de guerrillas como único método, mediante un análisis que no tiene nada que ver con el análisis marxista de lo que es una situación prerrevolucionaria en las revoluciones clásicas y en la guerra de guerrillas.
Nosotros creemos justamente lo contrario que Guevara: en Latinoamérica hay una situación prerrevolucionaria de lucha por el poder por parte de los trabajadores, con su inevitable perspectiva de lucha armada, porque:
Primero: se resquebraja toda la estructura de los explotadores, hay roces cada vez más violentos entre ellos por la disminución de las rentas nacionales, y de algunos de ellos con el propio imperialismo, como consecuencia de la explotación de éste. Esto se refleja en el carácter de los gobiernos y de los ejércitos que no son cada vez más monolíticos, sino que por el contrario, viven de crisis en crisis.
Segundo, como consecuencia de lo anterior, los trabajadores, la pequeña burguesía, el campesinado, y el proletariado latinoamericano no ven otra salida que la revolucionaria, desesperándose contra el régimen.
Tercero, hay grandes organizaciones de masas, los sindicatos obreros y campesinos, trabados en lucha contra el régimen estatal oligárquico. En ese sentido se parece mucho más a la situación clásica y no a la de iniciación de la guerra de guerrillas.
Pero esta situación prerrevolucionaria tiene características especiales por la carencia de dos elementos: partidos marxistas revolucionarios o partidos de masas pequeño burgueses que se planteen la lucha revolucionaria contra el régimen y a excepción de los países centroamericanos, no existe la menor posibilidad de ayuda limítrofe. Es decir, la situación latinoamericana es prerrevolucionaria pero con una colosal debilidad del factor subjetivo que no es compensado, ni de cerca, por el entusiasmo que despertó el triunfo en Cuba.
Esto en general; no hablamos de la metodología de Guevara en relación a cada país latinoamericano. Ni se digna considerar el problema que, sin embargo, es el fundamental. El marxismo es un método que exige el análisis concreto, específico, de cada realidad. Eso es lo primero que cada marxista subraya: no hay verdades generales que se apliquen en general. Y Guevara ignora u olvida la más sencilla de las verdades marxistas: que el método de lucha armada de cada país latinoamericano sólo podrá ser precisado previo estudio concreto de cada uno de ellos. Todo lo que sea ignorar este método es reemplazar al marxismo por dogmas, por recetas que serán todo lo honestas y revolucionarías que se quiera, pero total y completamente inútiles. Aunque quien la haga, haya dirigido una revolución.
LA CRISIS DEL RÉGIMEN DE LOS EXPLOTADORES LATINOAMERICANOS
¿Por qué colorados y azules9 casi llegan a una guerra civil en la Argentina? ¿Por qué el gran terrateniente Goulart apeló a los suboficiales y al movimiento obrero? ¿Por qué el sector del ejército que lo apoyó para asumir el mando, después lo traicionó? ¿Por qué el servil Betancourt10, agente yanqui, tuvo que recurrir a una importante reforma agraria contra los grandes latifundistas? ¿Por qué el gobierno Prado11 aceptó la sindicalización campesina contra los terratenientes del Cuzco? ¿Por qué en Bolivia el campesinado cochabambino es reaccionario y el proletariado minero revolucionario? ¿Por qué el campesinado paraguayo apoyó al siniestro gobierno capitalista de Stroessner12 contra los guerrilleros?
Esta situación caótica de todos los países latinoamericanos, que demuestra la crisis brutal, sin salida, de los propios explotadores, le merece a Guevara un comentario superficial y una conclusión muy simple: de hecho todos los explotadores están férreamente unidos en un frente único monolítico, indestructible… ¿Y la burguesía? se preguntará.
“En muchos países de América existen contradicciones objetivas en las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo que inunda los mercados con sus artículos, para derrotar en desigual pelea a la industria nacional, así como en otras formas o manifestaciones de lucha por la plusvalía y la riqueza”.
“No obstante estas contradicciones, las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al imperialismo. Demuestran que temen más a la revolución popular que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo, que aplasta la nacionalidad, afrenta el sentimiento patriótico y coloniza la economía”.
“La gran burguesía se enfrenta directamente a la revolución y no vacila en aliarse al imperialismo y al latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el camino de la revolución”.
“El imperialismo, desesperado e histérico, decidido a emprender toda clase de maniobras y a dar armas y hasta tropas a sus títeres, para aniquilar a cualquier pueblo que se levante, un latifundismo feroz, inescrupuloso y experimentado en las formas más brutales de represión, y una gran burguesía dispuesta a cerrar por cualquier medio todos los caminos, a la revolución popular, son las grandes fuerzas aliadas que se oponen, directamente a las nuevas revoluciones populares de América Latina”13.
“[…] en el marco de una situación social de alianza entre explotadores locales y extranjeros14.”
Nada más falso y peligroso que ese análisis simplista de los explotadores. Como siempre, Guevara es brillante en su ataque a los oportunistas, cuando señala que “las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al imperialismo”.
Nosotros somos a ese respecto más guevaristas que Guevara: no creemos que “por lo general” son inconsecuentemente antiimperialistas sino que nunca lo son, que no hay ninguna posibilidad, ni como excepción, de que algún sector de ella puede llegar a luchar consecuentemente contra los terratenientes o el imperialismo. Nosotros creemos que cualquier sector burgués o terrateniente, fuerte o pequeño, obligado por la presión imperialista y la competencia que lo desaloja del mercado, puede esbozar y mantener posiciones antiimperialistas o llegar incluso a tener roces profundos con otros sectores burgueses, oligárquicos, pro imperialistas. Creemos más: que la crisis de los sectores imperialistas entre sí, de las fracciones del propio imperialismo yanqui, de éste con los explotadores nacionales y de sectores de estos últimos entre sí, irán en aumento creciente, llegarán al paroxismo, como consecuencia de la crisis económica del mundo capitalista en general y en especial de la colosal explotación imperialista que sufren nuestros países, lo que los condena a vivir en la decadencia y el marasmo.
La burguesía, los gobiernos y los ejércitos nacionales se encuentran entonces ante una situación altamente contradictoria: tienen que disputarle una parte de la renta nacional a los trabajadores y al imperialismo. A veces se inclinan a una política pro imperialista y antiobrera y otras veces pro obrera y antiimperialista. Lo que nunca tendrán será una política consecuente por su mismo carácter de explotadores nacionales. En estos términos contradictorios están sintetizadas las contradicciones de la burguesía nacional, incluidos sus sectores terratenientes e industriales más poderosos. Por ser explotador está unido al imperialismo, aunque puede especular con los distintos sectores de él. Por ser nacional sufre la explotación general del país. Esto explica los bruscos virajes de sectores burgueses que de reaccionarios pasan a progresistas y viceversa.
¿Cómo se explican si no los casos Brasil, Argentina o Chile? ¿En Brasil no hemos visto acaso un gobierno terrateniente y pequeño burgués como el de Goulart, en un comienzo de guerra civil con otro sector de la burguesía? ¿Y hoy día no vemos en Chile un movimiento pequeño burgués nacionalista, el FRAP [Frente de Acción Popular], apoyado por sectores de un partido burgués, el radical, en contra de otros sectores burgueses? ¿Y en Bolivia no comprobamos la posibilidad de choques entre sectores burgueses, pequeño burgueses y obreros contra Paz Estenssoro15?
¿Y qué significa en la Argentina la lucha mortal entre sectores burgueses integracionistas y anti integracionistas que la colocaron permanentemente al borde de la guerra civil? Si no tenemos una política para utilizar esas contradicciones en beneficio de los trabajadores cometemos un grave error y eliminamos la magnífica y quizás única posibilidad de derrotar a las fuerzas de represión del régimen ya debilitadas por su propia crisis.
LOS GOBIERNOS LATINOAMERICANOS
Todo lo que hemos dicho de la crisis del régimen se aplica a los gobiernos de los explotadores latinoamericanos. El analizar el carácter de éstos tiene fundamental importancia para precisar la política revolucionaria correcta con que debemos enfrentarlos, que es al fin y al cabo el primer problema a resolver dado que está planteada la toma del poder.
Guevara frente a este problema tiene dos respuestas opuestas por el vértice, antagónicas. Cuando recién triunfó la revolución cubana, bajo la influencia democrático liberal pro imperialista y pequeño burguesa, expresaba: “Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional el brote guerrillero es imposible de producirse por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica16”.
Esto poco tiene que ver con un análisis marxista de los gobiernos de los países atrasados, ya que no parte de un análisis de las relaciones entre las clases y de éstas con el imperialismo. Nuestro criterio no puede ser “la apariencia de legalidad constitucional” sino esencialmente las relaciones con el imperialismo y con las clases nacionales. Un gobierno bonapartista con poca o ninguna “legalidad constitucional”, con profundos roces con el imperialismo y la oligarquía y que se apoye en el movimiento de masas, como el último de Vargas o el de Perón, es mucho más progresivo que uno oligárquico como el de Prado que tiene, sin embargo, “apariencia de legalidad constitucional”.
Esto no quiere decir que este gobierno relativamente progresivo sea nuestro gobierno o que debamos darle nuestro apoyo crítico. Por el contrario, sigue siendo nuestro enemigo de clase, pero nuestra política frente a él debe ser completamente distinta a la que tenemos con los agentes oligárquicos del imperialismo yanqui.
De cualquier forma preferiríamos el intento de hacer una clasificación, sumaria, liberal, de los gobiernos, que la actual posición guevarista: todos los gobiernos son iguales y sí no lo son, debemos luchar porque lo sean, así las masas aprenden más rápido. Los marxistas debemos ser sumamente cuidadosos en el juzgamiento de los gobiernos latinoamericanos, no disolviendo ese análisis en la noche de las abstracciones en que todos los gatos son pardos, como hace nuestro autor en su trabajo La guerra de guerrillas: un método cuando nos dice: “Hoy por hoy, se ve en América un estado de equilibrio inestable entre la dictadura oligárquica y la presión popular. La denominamos con la palabra oligárquica pretendiendo definir la alianza reaccionaria entre las burguesías de cada país y sus clases terratenientes, con mayor o menor preponderancia de las estructuras feudales. Estas dictaduras transcurren dentro de ciertos marcos de legalidad que se adjudicaron ellas mismas para su mejor trabajo durante todo el período irrestricto de dominación de clase, pero pasamos por una etapa en que las presiones populares son muy fuertes, están llamando a las puertas de la legalidad burguesa y ésta debe ser violada por sus propios autores para detener el impulso de las masas. […]
No debemos olvidar nunca el carácter clasista, autoritario y restrictivo del Estado burgués17”. Las citas de Lenin sobre el carácter general de los estados y gobiernos que da a continuación, sirven para avalar un grave error; disuelve el análisis concreto de los distintos tipos de gobierno latinoamericanos en una superabstracción (“son dictaduras oligárquicas”). ¿Goulart era una dictadura oligárquica? preguntamos nosotros. ¿Y si lo era por qué la oligarquía lo volteó? ¿No lo era? ¿Y entonces por qué dice que “hoy por hoy se ve en América” “sólo dictaduras oligárquicas”?
El gobierno de Goulart, Perón o Vargas18 fueron dictaduras burguesas como los gobiernos de Castello Branco19 o Aramburu-Rojas, pero es un crimen decir por eso que son iguales. El gobierno republicano español, por ejemplo, era tan burgués como el de Franco, pero para nosotros son profundamente distintos pese a esa similitud de carácter social. Lenin, que definió al gobierno de Kerensky como un gobierno burgués al servicio de la burguesía y el imperialismo aliado, supo distinguirlo cuidadosamente del de Kornilov, representante de un golpe contrarrevolucionario.
Como revolucionarios debemos tener una política distinta frente a un gobierno bonapartista, aunque burgués, que esboce una cierta resistencia al imperialismo y tienda a apoyarse en el movimiento obrero (casos Goulart y Perón), de la que tendríamos frente a un gobierno abiertamente reaccionario aliado del imperialismo como el de Aramburu-Rojas. En ese sentido debemos ser los campeones en la lucha por la defensa de las conquistas populares y democráticas, aunque quien las conceda sea un gobierno bonapartista, no menospreciándolas con el argumento de que son una engañifa de los explotadores para mejor explotar al pueblo, como insinúa el Che. Frente a esos gobiernos, nuestra política debe ser la de tratar de evitar que caiga como consecuencia del putsch de la reacción oligárquico-imperialista movilizando a las masas y superándolo con una revolución de los trabajadores. Pero antes se impone hacer un análisis correcto de cada gobierno latinoamericano. Justamente lo que nuestro autor no hace.
LOS EJÉRCITOS LATINOAMERICANOS Y LA GUERRA DE GUERRILLAS
Los ejércitos latinoamericanos, principalmente su cuerpo de oficiales son para Guevara una unidad monolítica, una casta totalmente divorciada del pueblo, al servicio incondicional de la oligarquía y el imperialismo.
“Llamamos la atención principalmente sobre la maniobra del golpe militar apuntada más arriba. ¿Qué pueden dar los militares a la verdadera democracia? ¿Qué lealtad se les puede pedir si son meros instrumentos de dominación de las clases reaccionarías y de los monopolios imperialistas y como casta que vale en razón de las armas que posee, aspira solamente a mantener sus prerrogativas?”
“Cuando en situaciones difíciles para los opresores, conspiran los militares y derrocan a un dictador, de hecho vencido, hay que suponer que lo hacen porque aquel no es capaz de preservar sus prerrogativas de clase sin violencia externa, cosa que en general, no conviene en los actuales momentos a los intereses de la oligarquía.”
“Esta afirmación no significa, de ningún modo, que se deseche la utilización de los militares como luchadores individuales separados del medio social en que han actuado, y de hecho, rebelados contra él. Y esta utilización debe hacerse en el marco de la dirección revolucionaria a la que pertenecerán como luchadores y no como representantes de una casta20.”
La concepción de un ejército monolítico lo lleva a una conclusión estratégica única: “Primero: aceptando como verdad que el enemigo luchará por mantenerse en el poder, hay que pensar en la destrucción del ejército opresor; para destruirlo hay que oponerle un ejército popular enfrente21”.
He aquí la típica forma de pensar esquemática: una verdad general, súper abstracta, para de ella sacar un silogismo basado en esa premisa mayor. Sí el ejército es una casta que defiende sus prerrogativas, es entonces una unidad monolítica; si es una unidad monolítica sólo lo puede destruir una guerra larga; para llevar a cabo una guerra larga se necesita un ejército popular que lo empezaremos a construir desde la guerrilla.
Felizmente para los explotados la humanidad hace ya mucho tiempo que aprendió que este tipo de razonamiento apto para quinto año de cualquier liceo latinoamericano, no sirve absolutamente para nada. La realidad nunca es monolítica. Ni el fascismo, el stalinismo, o el imperio incaico fueron monolíticos. No existe realidad humana monolítica. Por eso siempre hay que estudiar la realidad, cada realidad, con sus contradicciones.
Guevara, con la agudeza que lo caracteriza, se niega un tanto cuando reconoce que como mínimo hay dos tipos de ejércitos latinoamericanos. “Además, hay otro. El ejército de Batista con todos sus enormes defectos, era un ejército estructurado de tal forma que todos eran cómplices en la explotación del pueblo, desde el último soldado al general más encumbrado. Era un ejército mercenario completo, y esto le daba una cierta cohesión al aparato represivo. Los ejércitos de América en su gran mayoría, cuentan con una oficialidad profesional y con reclutamiento periódico22”. Esta diferencia en la estructura de los ejércitos latinoamericanos, no le hace sacar otra conclusión que la de que esto facilita la guerrilla. Da la impresión que nuestro autor no fuera consciente de lo importante de su caracterización y de que de ella pueden surgir métodos distintos de destrucción del ejército y las fuerzas armadas. En líneas generales, un ejército con oficialidad profesional y con reclutamiento periódico refleja a grosso modo a la sociedad de que forma parte.
Las estrategias para destruir uno u otro ejército no pueden ser las mismas porque se trata de enemigos completamente distintos. En nuestro país hay fábricas militares con régimen militar.
Pero no podemos tener frente a esas fábricas la misma táctica que frente a una comisaría, aunque las dos tengan guardia armada en la puerta. En la fábrica militar no podemos tender a la derrota frontal de la fábrica como empresa, haciendo saboteo o terrorismo indiscriminado para hundirle la producción y destruirle la maquinaria; debemos ganar la voluntad de los obreros, de nuestros compañeros, y coordinar con ellos la forma de derrotar a la patronal.
Lo mismo podemos decir con relación a los ejércitos que reflejan a la sociedad en su conjunto; debemos ganar a la suboficialidad y a la tropa y desarrollar las contradicciones entre la oficialidad. Por otra parte, el pueblo trabajador que tiene a sus hijos en el ejército se resistirá con toda razón a destruirlo como aconseja Guevara y querrá, por el contrario, ganarlo, hacer que sus hijos lo apoyen.
Los hijos del pueblo trabajador en la milicia harán otro tanto: se resistirán a aplastar a su familia levantada contra el régimen. Si hacemos así no haremos más que ayudar a la situación objetiva, ya que las fuerzas armadas, al reflejar países o sociedades como los nuestros, en permanente crisis, viven también en permanente crisis (luchas de los oficiales entre sí, de los suboficiales con los oficiales y de sectores de la tropa con la oficialidad). Batista mismo en Cuba fue en su momento producto de esas profundas contradicciones, ya que él encabezó el putsch de los sargentos que acompañó la iniciación de la revolución democrático burguesa en Cuba. Ese proceso democrático fue posteriormente desviado, abortado, frustrado, pero se dio así desde dentro del ejército mismo.
Lo mismo ocurrió últimamente en Brasil. Así se dio también en la Argentina con Perón. Más adelante veremos cómo la diferencia teórica que Guevara hace entre los ejércitos latinoamericanos es general a la experiencia histórica y mundial.
Esta experiencia y análisis teórico del distinto carácter de los ejércitos latinoamericanos nos hacen llegar a la conclusión de que el desarrollar las contradicciones sociales e internas del ejército o de las fuerzas armadas puede llevar a la derrota y aniquilamiento de las fuerzas del régimen, muchas veces sin guerra de guerrillas, por un proceso de desintegración provocado por el enfrentamiento con el movimiento de masas y sus propias contradicciones.
Guevara reconoce que Bolivia dio “tres de los ejemplos que sirvieron fundamentalmente a la revolución cubana: la del ejército, la reforma agraria y la nacionalización de sus minas23”. Esa supresión del ejército en Bolivia no se produjo ni “oponiéndole un ejército popular enfrente” ni “con el desarrollo de la lucha guerrillera en terrenos favorables, apoyada por la lucha en las ciudades”, que según Guevara preconiza, son la única posibilidad de suprimir a los ejércitos latinoamericanos.
En Bolivia se liquidó a las fuerzas armadas utilizando sus contradicciones hasta el fin: policía contra ejército; comando en jefe contra el resto del ejército, y gracias a ello el proletariado urbano y minero de La Paz pudo derrotar al ejército en tres días de lucha sin emplear para nada los métodos guevaristas.
No vemos por qué no puede repetirse alguna variante boliviana y sólo debemos repetir la cubana. Creemos justamente que mientras los ejércitos reflejen a la sociedad en su conjunto la variante más probable será la boliviana: crisis aguda del aparato de represión del régimen que cae desintegrado ante el embate del movimiento de masas.
EL DOGMA DEL CAMPESINADO
Para Guevara en todos los países latinoamericanos la clase de vanguardia es el campesinado y las clases urbanas o el proletariado agrícola juegan el rol de acompañantes en las dos primeras etapas de la lucha armada. “[…] es el campo y que, desde el campo, un ejército campesino que persiga los grandes objetivos por los que debe luchar el campesinado (el primero de los cuales es la justa distribución de la tierra) tomará las ciudades […] la clase campesina de América dará el gran ejército libertador del futuro, como lo dio ya en Cuba24”. “La posibilidad del triunfo de las masas populares de América Latina, está claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basado en el ejército campesino, en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de la ciudad desde el campo, etc.25”.
Ni el campesinado argentino deja de tener su rol de vanguardia. La única variante que reconoce son las diferentes mentalidades campesinas: “Claro que en América hay particularidades; un campesino argentino no tiene la misma mentalidad que un campesino comunal del Perú, Bolivia o Ecuador, pero el hambre de tierra, permanentemente presente en los campesinos, da la tónica general de América y como en general están más explotados aún de lo que habían sido en Cuba, aumentan las posibilidades de que esta clase se levante en armas26”. Pero la conclusión general, sin excepciones, es la misma: el campesinado es la clase social a la vanguardia en todos los países latinoamericanos. Nunca se plantea la menor posibilidad de que esa situación pueda variar de país a país y que las distintas mentalidades campesinas provoquen distintas relaciones entre el proletariado, la pequeña burguesía y el campesinado.
No sólo no es lo mismo un campesino peruano que uno argentino, sino que no hay la misma relación de clases revolucionarias en Perú y Argentina. Esas son las diferencias fundamentales y específicas que varían de país a país y de etapa a etapa y no las mentalidades campesinas. El único argumento que da, y muy a la pasada, es que en algunos países latinoamericanos el campesinado ha iniciado un proceso de ascenso revolucionario. El verdadero argumento guevarista es técnico y no social. El apela al campesinado y al campo por ser la clase y la zona ideales para la guerrilla.
Es decir, la guerrilla y la lucha armada no están al servicio del movimiento de masas del país, de su dinámica, sino por el contrario, el movimiento de masas y los lugares geográficos, al servicio de la guerra de guerrillas. El campesinado es la clase de vanguardia porque eso será mejor para el desarrollo de la guerrilla, no porque lo sea en realidad.
En Uruguay, al igual que en Argentina, el campesinado es el baluarte de la reacción. Esto Guevara ni lo advierte. Siempre los dogmáticos se estrellan contra la realidad en la misma forma. Por eso Guevara analiza tan mal la revolución cubana y su composición de clase. Nadie ha probado hasta la fecha que en Cuba el sector de vanguardia fuese el campesinado y no el proletariado agrícola y la pequeña burguesía urbana. Ya nos detendremos en este aspecto del problema.
Nosotros creemos que la clase explotada a la vanguardia de la revolución latinoamericana cambia de país a país y de etapa a etapa. Hemos superado el esquema trotskista de que sólo el proletariado es la vanguardia de la revolución, pero no para caer en otro tan funesto como aquel. Por el contrario, como nuestros trabajos teóricos y prácticos lo demuestran, fuimos los primeros en señalar que en Perú la vanguardia era el campesinado del Cuzco. En Bolivia en los últimos meses llegamos a creer que la clase de vanguardia podía ser el campesinado de La Paz y que el proletariado minero pasaba a un segundo plano. Los hechos han demostrado categóricamente que estábamos equivocados, ya que el proletariado minero sigue siendo la vanguardia. Y no estamos dispuestos a sacrificar nuestro método por ningún dogma campesino. Tomamos la realidad, incluida la relación de las clases explotadas, tal como se da. Lo mismo hacemos con los métodos revolucionarios y de lucha armada: adoptamos no uno solo, sino aquel que se adecua a la clase de vanguardia y a su experiencia.
LOS CONVIDADOS DE PIEDRA
Clawsewitz, el gran teórico de la guerra citado por Lenin, Mao y Trotsky, hace ya más de un siglo que dijo: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Mao, de quien Guevara se considera discípulo, dijo que “la guerra es una política cruenta y la política una guerra incruenta”. Estos grandes maestros de la guerra no han hecho mella en Guevara, quien nunca se detiene en sus trabajos a analizar o meramente señalar la necesidad de una política revolucionaria.
Mejor dicho tiene un objetivo político revolucionario: la toma del poder por los trabajadores, previa destrucción de las fuerzas armadas o de la reacción, pero eso solo no puede llamarse una política científicamente revolucionaria. Antes que nada porque una política tiene medios y objetivos parciales, ligados unos a otros, que se sintetizan en un programa. Pero un programa revolucionario no actúa en el vacío, no es una nube intelectual; lo ejecuta alguien sobre algo. Aquí es donde aparecen los dos términos fundamentales de la elaboración y desarrollo del programa.
Este es ejecutado y elaborado por un partido revolucionario para educar, elevar a los trabajadores con su grado de conciencia y organización, a las tareas revolucionarias. Tenemos entonces que el objetivo revolucionario es liquidar al régimen oligárquico-imperialista burgués, pero eso sólo lo podremos hacer mediante la conquista del movimiento de masas con sus organizaciones para esa tarea. El conquistar al movimiento de masas se transforma entonces en un fin decisivo porque sólo así derrotaremos al régimen.
El programa como síntesis de la política revolucionaria tiene como objeto justamente ganar al movimiento de masas para los objetivos revolucionarios del partido. Es el intermediario entre el partido y el movimiento de masas. Este programa, para ser correcto, no puede dejar de tomar en cuenta las necesidades, tradición, formas de organización y aspiraciones del movimiento de las masas trabajadoras. Las relaciones entre el partido y el movimiento de masas no pueden ser un diálogo de sordos, como por ejemplo un campesino peruano o brasileño que dice: “quiero organizar un sindicato para conseguir agua” o un obrero argentino que dice: “quiero el salario mínimo, vital y móvil” y el revolucionario que le contesta: “No seas come mierda, hagamos la insurrección”. Jamás se entenderán. Si por el contrario el revolucionario parte de lo que el campesino o el obrero quieren (el sindicato, el agua, o el salario mínimo), logrará elevar a ese trabajador con su organización a la lucha por el poder. Ahora, supongamos que el campesino o el obrero tienen su sindicato. En ese caso, el revolucionario no podrá ignorar no sólo las aspiraciones actuales de ese trabajador, sino tampoco esa conquista ya lograda que es su organización sindical.
Para Guevara los únicos factores que existen son dos que se complementan y que a su vez se van profundizando en el transcurso de la lucha: “la conciencia de la necesidad del cambio y la certeza de la posibilidad de este cambio revolucionario […]”. Para que no queden dudas insiste en que “la primera es la posibilidad del triunfo, pues ahora se sabe perfectamente la capacidad de coronar con éxito una empresa como la acometida por aquel grupo de ilusos expedicionarios del “Granma” en su lucha de dos años en la Sierra Maestra […]27”. Ni una palabra del partido, la política o el programa revolucionario y el movimiento de masas. Veamos más detenidamente el razonamiento del autor para ver si los encontramos en algún lugar.
Nada hay más importante para una organización revolucionaria que el momento histórico en que se resuelve iniciar la lucha armada, la guerra civil contra el régimen. ¿Cómo ve Guevara esa iniciación de la lucha armada en su relación con el programa, el partido y el movimiento de masas? “Al inicio hay un grupo más o menos armado, más o menos homogéneo, que se dedica casi exclusivamente a esconderse en los lugares más agrestes, más intrincados, manteniéndose en escaso contacto con los campesinos28”.
Así se expresa Guevara generalizando, como él mismo dice, la experiencia cubana. “Debe contarse con una base de 30 a 50 hombres; esta cifra es suficiente para iniciar una lucha armada en cualquier país del mundo americano con las situaciones de buen territorio para prosperar, hambre de tierras, ataques reiterados a la justicia”, “en general una lucha guerrillera se inicia por alguna voluntad ya elaborada; algún jefe de prestigio la levanta para salvación de su pueblo y este hombre debe trabajar en condiciones difíciles en algún otro país extranjero”. “Es obvio que debe iniciarse con una tarea conspirativo alejado del pueblo y reducido o un pequeño núcleo de iniciados, si realmente se pretende iniciar esta guerra desde algún otro país o desde regiones distintas y lejanas dentro del mismo país”. “Pensemos cómo podría empezar un foco guerrillero”. “Núcleos relativamente pequeños de personas eligen lugares favorables para la guerra de guerrillas29”.
Para muestra es suficiente: “un pequeño núcleo de 30 a 50 personas” que se mantenga “en escaso contacto con los campesinos” y que en su preparación haya estado “alejado de la acción del pueblo” es lo necesario para iniciar la lucha guerrillera, la guerra civil que nos llevará a la derrota del régimen. ¡Más sencillo imposible! ¡Con casi nada se puede empezar! Tenemos el comienzo de la derrota de la oligarquía al alcance de la mano, siempre que nos mantengamos “en escaso contacto con los campesinos” y, alejados de la acción del pueblo”. ¿Partido, programa o política revolucionaria hacia el campesinado y el pueblo para qué? Por el contrario, lo que necesitamos es una abstención, una falta de programa político, ya que la mejor forma de mantenernos “en escaso contacto con los campesinos” y “alejados de la acción del pueblo” en un país limítrofe o en “una provincia alejada”, es no tener política o programa de ninguna clase que nos pueden obligar a intervenir en las acciones del movimiento de masas, lo que no conviene si se quiere organizar la guerrilla. Por otra parte Guevara no se cansa de señalar que es suficiente un grupo, sólo un grupo y un jefe, para iniciar la lucha guerrillera, sin ningún tipo de apoyo social ni político, campesino o popular previo. Tampoco deja de ignorar sistemáticamente la necesidad del partido revolucionario, con su programa y política revolucionaria hacia el movimiento de masas con sus organizaciones.
¿Tienen algo de raro entonces los fracasos guerrilleros en Perú o en nuestro país? ¿Qué tiene de misterioso que caigan heroicos militantes revolucionarios contrabandeando armas y organizando la guerrilla en Salta? ¿Acaso no lo han hecho de acuerdo a la ortodoxia de Guevara, alejados del pueblo, sin contacto con los campesinos y los obreros y sin el apoyo de ningún partido?
La existencia de esa política revolucionaria, de las consignas que siente el movimiento de masas, sintetizadas en un programa revolucionario, junto con el partido que las vaya llevando a cabo en intima ligazón con los trabajadores y sus organizaciones, es la condición previa a toda acción revolucionaria, principalmente a la lucha armada. De lo contrario, cualquier acción, por pequeña que sea, se transforma en una aventura.
El partido y el programa revolucionario son el puente entre las ansias subjetivas de la vanguardia revolucionaria y las necesidades objetivas del movimiento de masas, sin las cuales no hay acción revolucionaria con posibilidades de éxito. El olvidarse de esas condiciones es característica de las corrientes sectarias y del guevarismo.
LOS SINDICATOS OBREROS Y CAMPESINOS
Todo militante de izquierda ligeramente informado por la lectura de los periódicos está acostumbrado a leer que “las ligas camponesas de Julião30” o “los sindicatos mineros paulistanos” o “los sindicatos de suboficiales o bancarios de Brasil’, “han planteado tal o cual reivindicación” que los sindicatos mineros de Oruro, Siglo XX, Catavi, se han rebelado contra el gobierno y han tomado rehenes”, que la “CUT chilena ha iniciado un paro en favor de Cuba contra la invasión yanqui a la primera patria socialista de América”, que “los sindicatos argentinos o uruguayos” “declararon un plan de lucha” o “iniciaron la huelga general” que “los sindicatos campesinos del Cuzco se han trabado en lucha con la reacción militar o policial”.
Guevara en ninguno de sus trabajos teóricos, al referirse a la situación latinoamericana, se detiene en la consideración de estos hechos tan evidentes que conforman el panorama actual de nuestro continente: la existencia de grandes organizaciones de masas sindicales trabadas en lucha contra el régimen de los explotadores. La CUT chilena, la COB boliviana, los sindicatos campesinos peruanos, es decir las organizaciones que agrupan a las tres cuartas partes de los trabajadores latinoamericanos, no existen en el análisis, en la estrategia ni en el método de Guevara. Nosotros hacemos nuestra una frase de Toscanini a la orquesta del Colón: “Señores, el silencio también es música”, asegurando que en política el silencio “también es política”. Aunque mejor dicho, hay un comentario que el autor hace ligeramente sobre esas organizaciones, en donde su existencia es considerada como un síntoma negativo, una desgracia: “Además la influencia ideológica de los centros poblados, inhibe la lucha guerrillera y da vuelo a luchas de masas organizadas pacíficamente31”. Sobre el colosal esfuerzo de organización y lucha de los trabajadores por desarrollar esas organizaciones, ni una sola palabra.
Nosotros discrepamos en un todo con Guevara, a excepción de que estamos de acuerdo en que la existencia de grandes organizaciones “inhibe la lucha guerrillera”. No creemos, en cambio, que los centros poblados originen luchas de masas organizadas pacíficamente”. ¿Y Bolivia? ¿Acaso Guevara no reconoce que ahí el ejército oligárquico fue liquidado por los sindicatos obreros? ¿Y las grandes luchas insurreccionales del movimiento obrero argentino, chileno o uruguayo? ¿Y las luchas sindicales del campesinado y proletariado peruano o brasileño fueron siempre pacíficas? Lo que ocurre es que Guevara no se da cuenta que la creación de esas organizaciones sindicales masivas es el más importante avance llevado a cabo por las masas trabajadoras sudamericanas.
El comete hacia las organizaciones sindicales el mismo crimen que los ultra izquierdistas latinoamericanos con Cuba socialista: la ignoran porque no es perfecta como ellos la quieren. Por los defectos (institucionalidad) de las grandes organizaciones sindicales, no se debe cometer el crimen político, militar, revolucionario, de ignorarlas. Ellas son a la revolución latinoamericana algo tan importante como la existencia de Cuba y la misma importancia tiene para nosotros la defensa de ambas. Las organizaciones de los trabajadores son, al igual que Cuba, grandes conquistas arrancadas al imperialismo y a la oligarquía por las masas trabajadoras. Cada organización sindical obrera o campesina latinoamericana es, a escala nacional, lo que es Cuba a escala continental una isla socialista en medio de un continente hostil.
Este crimen sectario de ignorar la única patria socialista, proletaria, que cada trabajador reconoce como suya en su país (las organizaciones sindicales), es acompañada por Guevara por una ignorancia enciclopédica del futuro de esas organizaciones. Ese futuro es el mismo que el de Cuba; el imperialismo y la oligarquía no quieren, no pueden y no admitirán nunca ni una Cuba socialista ni sindicatos masivos obreros y campesinos. No hay institucionalidad que valga, como no hay ni habrá acuerdo verdadero entre Cuba y el imperialismo. La suerte de Cuba y las organizaciones sindicales latinoamericanas son paralelas, están ligadas porque son lo mismo: grandes, fabulosas conquistas de los trabajadores latinoamericanos. Por eso es criminal el desprecio, la ignorancia y la falta de política de Guevara hacia las islas institucionales que preanuncian el futuro poder obrero. Son esas instituciones sindicales las que impidieron hasta la fecha que todos los países latinoamericanos se alinearan junto a los yanquis para fundir a Cuba.
Indudablemente que Guevara tiene razón en dos sentidos. Estas organizaciones masivas sirven para incubar tendencias reformistas; negociaciones y acuerdos con el Estado y los explotadores, como así también para desarrollar las burocracias obreras. De la misma forma el desarrollo de la medicina moderna en equipos técnicos burocratiza a la medicina, pero nadie niega que es un progreso. Lo mismo que las grandes organizaciones sindicales: son un progreso y conquista colosal aunque tienen el peligro de burocratizarse.
Por otra parte, donde estas organizaciones existen es muy difícil convencer a un trabajador organizado de que haga guerrillas. Ese trabajador quiere defender y desarrollar su organización y no quiere separarse de sus compañeros de trabajo. Lo mismo ocurre hoy día en Cuba, como veremos más adelante. Si hay ataque imperialista la defensa de Cuba se hará desde lo conquistado, desde los lugares de trabajo y por medio de las organizaciones obreras y no con guerrillas. El mismo criterio tiene todo activista sindical: quiere defenderse y atacar desde su organización, a la que considera su gran conquista frente a la burguesía y el imperialismo y no hay Guevara que lo convenza de que abandone lo conquistado.
Esa situación nos obliga a contemplar toda la lucha revolucionaria, inclusive la armada, desde otro ángulo: la existencia de grandes organizaciones de masas es una bendición revolucionaria, no una desgracia como para Guevara (“inhibe la lucha guerrillera”). Pero esa bendición debemos tenerla muy en cuenta no para institucionalizar el régimen sino para ver cómo lo derrotamos. ¡Loada sea la potencialidad revolucionaria del Brasil y la crisis de sus explotadores que permitió el surgimiento de sindicatos de suboficiales y campesinos! Ese debe ser nuestro grito de batalla y no la queja guevarista. Esto no nos exime de tener una política revolucionaria frente a esas organizaciones de masas sino que por el contrario, nos exige que perentoriamente la tengamos. Lo único que no podemos decir o hacer es lo de Guevara (¡qué desgracia!) o encogemos de hombros.
ASPIRACIÓN DE DESEOS O PROGRAMA DE TRANSICIÓN
“Ante todo hay que precisar que esta modalidad de lucha es un método; un método para lograr un fin. Ese fin, indispensable, ineludible para todo revolucionario es la conquista del poder político32”. A esta relación entre los medios o métodos y los fines, el marxismo le llama programa revolucionario. De ahí la importancia que da a la elaboración de un programa correcto. Para ello es indispensable, antes que nada, tomar en cuenta la situación del país en su conjunto, las experiencias y situación de la clase trabajadora, como así también sus organizaciones, el carácter del gobierno, la situación de los explotadores y por último la situación de los propios revolucionarios. De ese análisis surgirán los fines que nos proponemos y los medios para lograrlos. Esos fines, que están ligados unos a otros y supeditados al objetivo último de tomar el poder, se convierten a veces en medios y viceversa.
Por ejemplo, la toma de tierras en Perú es un fin, un objetivo con un medio para alcanzarlo: defenderla con la lucha armada. Pero al mismo tiempo es un medio: el medio para acelerar la toma del poder por los trabajadores, ya que sin un gobierno obrero los campesinos nunca llegarán a tener las tierras definitivamente. Medios y fines van cambiando de lugar a medida que se profundiza el proceso revolucionario. De ahí la dificultad cuando tenemos que precisar el programa, que no puede ser la mera aspiración de deseos de tomar el poder. El elemento fundamental, del cual debemos partir, es lo que quieren las masas trabajadoras y su grado de organización. No podemos plantear el poder en Perú, donde los campesinos ocupan tierras, con consignas o fines como la garantía horaria para los obreros de los frigoríficos argentinos o con la mera aspiración de tomarlo. Los fines o consignas para el movimiento de masas del programa revolucionario son etapas de transición y su logro son conquistas que sirven para preparar el avance subsiguiente y toda demora o detención solo hará que nos alejemos del objetivo final: conseguir el poder.
La revolución rusa se hizo planteando fines fundamentales: terminar la guerra, darle la tierra al campesino, llamar a una asamblea constituyente. Y para lograr todo esto la necesidad de imponer “todo el poder para los soviets”. Estos fines o consignas se combinaron de distinta manera mes a mes del año 1917. Justamente ahí estuvo el genio de Lenin que supo lograr la combinación perfecta de las consignas para jaquear al poder burgués y llegar a la toma del poder por los trabajadores.
Mao en China hizo lo mismo, aunque sin la audacia y genialidad de Lenin: cada etapa de la revolución china tuvo consignas fundamentales y secundarias y medios ajustados a las necesidades y aspiraciones del pueblo. Durante la invasión japonesa la gran tarea fue resistir la invasión y el frente único con el propio Kuomintang y Chiang-Kai-shek; después la lucha contra este y, por último la reforma agraria al sur del Río Amarillo para terminar de derrotarlo.
El programa revolucionario no puede ser obra entonces de un marxista revolucionario que se contemple al espejo diciendo: “Debemos hacer la guerrilla para tomar el poder”. Es, por el contrario, la respuesta revolucionaria a los problemas que enfrentan los trabajadores, ligada a la perspectiva de tomar el poder. Si no hay esa respuesta a los problemas concretos no es un programa sino una aspiración de deseos.
Pero por si se nos dice que el programa revolucionario inmediato es la insurrección por medio de la guerrilla y con eso basta, sigamos a nuestro autor. Quizás no nos plantee la necesidad de un partido y una política al iniciar la lucha guerrillera, pero después sí. Qué mejor para saber la política que propugna el Che para desarrollar la guerrilla, que la propaganda que aconseja que se lleve a cabo: “La propaganda que sería más efectiva […] es la oral por radio. […] En radio se deben dar sobre todo, noticias vivas de combates, encuentros de todo tipo, asesinatos cometidos por la represión y además orientaciones doctrinales, enseñanzas prácticas a la población civil, y de vez en cuando, discursos de los jefes de la revolución33”. “Tarea de gran importancia de la mujer es enseñar las primeras letras e incluso la teoría revolucionaria, a los campesinos de la zona esencialmente, pero también a los soldados revolucionarios34”. Concretamente hay que propagandizar de todo: historia, teoría, enseñar el alfabeto, popularizar los triunfos, etc. Sólo una actividad no se debe propagandizar: el programa, las consignas políticas del ejército revolucionario para tomar el poder. Estas consignas y este programa no existen para Guevara. Esa es la explicación.
EL PROGRAMA PARA NUESTRO CONTINENTE
Ocurre que Guevara invierte los términos. Porque no tiene programa ni consignas para responder a las necesidades y movilizar a los trabajadores para esos fines, sino al contrario, tiene fines adecuados a un medio o método: la guerra de guerrillas. Guevara pone el carro delante de los caballos. Es así como al defender un método, la guerra de guerrillas, como el único adecuado, se encuentra con que éste debe ser llevado a cabo en un medio campesino y de ahí que la revolución agraria sea para él la tercera pata de su mesa revolucionaria. La revolución agraria es la única consigna programática que Guevara toma en cuenta pero en función de la guerrilla y no ésta en función de aquella. Es por eso que en vez de un programa de transición, variable según las circunstancias objetivas, nos da un dogma inamovible de tres únicas tareas: tomar el poder, guerra de guerrillas y revolución agraria. Es un crimen metodológico el que comete aquí, ya que justamente el programa revolucionario varía de país a país latinoamericano aunque se unan en un proceso desigual de una revolución única.
Guevara señala como una característica fundamental a favor de la guerrilla el carácter continental de la lucha. Pero nunca se ha planteado la tarea común que une a la revolución latinoamericana. En síntesis: ¡no tiene consignas o tareas para responder o canalizar esa lucha continental! Nosotros sí las tenemos: Unificación de las repúblicas latinoamericanas en una Federación de Repúblicas Socialistas y Obreras e inmediata federación con Cuba de todo país que se libere del imperialismo.
En todos los países latinoamericanos sus masas trabajadoras tienen planteada la realización de la revolución democrático-burguesa. Esto significa que tienen planteadas tareas que abarcan a sectores populares de distinta formación social. Son tareas para el pueblo en su conjunto: clase obrera, pequeña burguesía, semi proletariado, desocupados y campesinos, a veces sectores bajos de la burguesía y no para un solo sector. Aunque estas tareas varían de país a país, podemos señalar en líneas generales cuatro tipos de grandes tareas democráticas: revolución agraria, liberación nacional del imperialismo, democracia (derecho al voto, libertad de prensa y reunión para todas las organizaciones obreras y populares), reforma urbana (el derecho a la casa). Es falso que en todos los países latinoamericanos el eje de la revolución sea la lucha por la tierra para los campesinos y contra el feudalismo como lo entiende Guevara, que acepta que lo que varía es solamente el carácter de esa lucha agraria en cada país.
Nosotros creemos, por el contrario, que el estudio de cada país nos exige una combinación diferente de tareas y luchas. Antes que nada, no creemos que la lucha contra el feudalismo sea lo predominante en el campo latinoamericano. Por el contrario, la lucha contra el capitalismo agrario es casi tan importante como la lucha contra las reminiscencias semifeudales o semiesclavistas. Cuba es el mejor ejemplo; allí no había feudalismo sino gran capitalismo agrario. Pero esta diferencia dentro de la misma revolución agraria no tiene la misma importancia en Perú que en la Argentina, como cree Guevara. La lucha por la liberación nacional, por la democracia formal o por la reforma urbana, llega a tener en muchos países latinoamericanos mayor importancia en un momento dado, que la revolución agraria. No puede ser de otra forma, ya que no se puede comparar a la Argentina, Uruguay o Chile, con alrededor del 70% de población urbana, con Perú, que tiene cifras justamente opuestas o sea un 70% de población rural. Tampoco se puede decir como Guevara, que lo único que cambia es la mentalidad campesina, pero que en el fondo los campesinos son iguales, cuando el campesino del noroeste de Brasil es prácticamente un muerto de hambre y el chacarero argentino o uruguayo son prácticamente millonarios.
Estas tareas democrático-burguesas se combinan siempre, desde sus comienzos, con tareas obreras, socialistas. La clase obrera latinoamericana, no sólo la población urbana, desde el comienzo de la lucha revolucionaria cumple un rol que puede ser predominante.
Esta combinación de tareas democráticas y socialistas también varía de país a país. Sólo ese estudio concreto en un momento dado de un proceso revolucionario puede permitirnos señalar cómo se combinan estas distintas tareas, y sólo así podremos llegar a formularnos el programa de la revolución en ese país.
En líneas generales, podemos señalar que el problema agrario pierde importancia a medida que se baja hacia el sur de Latinoamérica, y la adquieren los otros problemas democrático-burgueses y el socialista obrero. Concretamente: la lucha por la liberación nacional, por la democracia formal, la reforma urbana o por las conquistas directas de la clase obrera, pasan a tener mayor predominio que la propia revolución agraria.
Así es actualmente en Bolivia, Argentina, Chile, Uruguay y en gran parte lo es en Brasil, que resume todas las contradicciones de la revolución latinoamericana en su propio territorio.
LA EXPERIENCIA HISTÓRICA
“Nos interesa el caso de un grupo que va progresando en la lucha contra el poder constituido, sea colonial o no, que se establece como base única y que va progresando en los medios rurales. En todos estos casos, cualquiera que sea la estructura ideológica que anima la lucha, la base económica está dada por la aspiración a la tenencia de la tierra. […] La China de Mao se inicia como un brote de los obreros del sud35.”
Por más que busquemos en todas las obras de Guevara otras referencias históricas no las encontraremos o, como él mismo dice, las otras “no interesan para este análisis” (¡!), y las citas son desgraciadamente de una extrema pobreza y peligrosidad.
Guevara ha ignorado sistemáticamente las experiencias de liquidación de las fuerzas armadas regulares por la acción del movimiento de masas urbanas y obreras. Sin embargo, no podemos olvidarlas porque ellas son de una riqueza y valor incalculables para nuestras conclusiones. En líneas generales, podemos decir que las fuerzas armadas de los explotadores en lo que va del siglo han sido derrotadas por dos medios: la acción insurreccional de las masas urbanas y obreras (de la cual son ejemplos relevantes Rusia, Alemania, España, Hungría y Bolivia) y la acción guerrillera de las masas campesinas, pequeño-burguesas o desclasadas (casos Yugoeslavia, Indochina, Corea del Norte, Cuba y Argelia). Todo estudio serio de los métodos para barrer a las fuerzas represivas de los explotadores debe partir de estas dos grandes experiencias.
De las dos la que resulta más expeditiva, categórica y menos costosa, es la acción insurreccional de las masas urbanas y obreras. Estas siempre se resuelven en una lucha relativamente rápida, dado su escenario geográfico, las ciudades. La ciudad es por antonomasia un lugar de resoluciones y comunicaciones rapidísimas. La revolución rusa de octubre triunfó de hecho en una sola noche, la española en siete días y la boliviana en tres. A esta rapidez se ha contra argumentado (en el caso de la primera), que la labor previa de destrucción del ejército fue cumplida por el ejército alemán y que los revolucionarios rusos lo único que tuvieron que hacer fue derrotar a un ejército ya derrotado.
Sin embargo no ocurrió así en el caso de Bolivia o España. Por otra parte, la Rusia revolucionaria fue capaz de derrotar a veintiuna naciones prácticamente sin mayor lucha por la acción del movimiento de masas, obrero, de los países imperialistas. La armada francesa se dio vuelta en favor de la revolución rusa a pesar de que venía de ganar una guerra. Sin dejar de reconocer la influencia que tiene una derrota para un régimen, incluyendo para sus fuerzas armadas, creemos que ésta es secundaria, como lo demuestran los ejemplos de España y Bolivia. Lo fundamental es el grado de combatividad, conciencia y organización del movimiento de masas urbano y de descomposición del régimen burgués con sus fuerzas de represión.
En todos estos casos el movimiento de masas adquiere aparentemente un carácter más o menos espontáneo. De golpe la clase obrera enfrenta o destruye a las fuerzas del régimen, como ocurrió en febrero de 1917 en Rusia, en la España de 1936 y en Bolivia. Decimos aparente porque en todos esos países había muchos años de previa educación revolucionaria del movimiento obrero (en Rusia del Partido Socialista y especialmente su fracción bolchevique; en España el anarquismo y en segundo lugar el socialismo; en Bolivia más de diez años de prédica trotskista contra las fuerzas armadas y en favor de las milicias obreras y campesinas). El carácter espontáneo de esa lucha se lo da el hecho de que sea dirigida por un movimiento, una corriente de opinión y líderes medios de esa corriente, y no un líder, dirección u organismo centralizador. La revolución rusa de octubre, por ejemplo, estuvo perfectamente organizada; nada quedó librado allí a la improvisación. Las otras características de estas grandes revoluciones son: la crisis del régimen (la lucha entre sus sectores explotadores que ha llegado al paroxismo); la situación de las fuerzas armadas, que no siendo mercenarias ni extranjeras reflejan a la sociedad en su conjunto, lo que hace que estalle su crisis interna, producto de las contradicciones entre sus distintos sectores.
Los triunfos obtenidos por la guerra de guerrillas son muy importantes por la experiencia que nos han dejado y distan mucho de la pintura que de ellos hace Guevara. Es falso por empezar, que “la China de Mao se inicia como un brote de los obreros del Sur”. El movimiento obrero y el Partido Comunista Chino tenían todo a su favor para repetir la experiencia de la revolución rusa y enfrentar a la burguesía en una revolución en las ciudades, especialmente en Shanghái, que fuera casi inmediata. Para ello contaban con el control del movimiento obrero, una parte del ejército y el movimiento campesino del sur de China. En lugar de ello el Partido Comunista Chino capituló por indicación de Stalin a la burguesía y a su jefe, Chiang-Kai-shek. Lo que el Partido Comunista Chino no hizo (enfrentar y aplastar a la burguesía y a su partido), lo hizo ésta con los obreros.
Es entonces cuando sorpresivamente el aliado de Stalin, el Kuomintang y Chiang Kaishek, aplasta en un baño de sangre al proletariado y al Partido Comunista de Shanghái. Esta derrota cargada en la cuenta del stalinismo, obligó al Partido Comunista Chino a refugiarse en las organizaciones campesinas e iniciar la lucha guerrillera. No debemos olvidarnos que éste ya controlaba al movimiento campesino y que era una organización nacional de gran fuerza. La forzada marcha hacia el norte a que se ve obligado para no caer en manos de Chiang Kai-shek obedece a dos razones fundamentales: buscar una mejor zona geográfica para la guerra de guerrillas y tener una frontera, es decir retaguardia favorable. Concretamente, en China la guerrilla la inicia un fuerte partido centralizado, con gran apoyo del movimiento de masas y que para sobrevivir tiene que buscar el apoyo de Rusia, recostarse en sus fronteras porque el apoyo total del campesinado no le es suficiente para resistir los embates de la reacción. El Partido Comunista Chino en cada etapa de su lucha guerrillera cambia el eje central de su programa político, que no es durante muchos años la reforma agraria y en cambio adquiere gran importancia la lucha contra el invasor japonés. Es decir, el enfrentar a ejércitos extranjeros o mercenarios.
En Indochina tenemos una situación parecida; no es en Saigón donde puede triunfar el movimiento revolucionario, que ya era muy fuerte con los partidos Comunista y Trotskista, sino en el norte apoyándose en un país limítrofe, la China revolucionaria, y no en donde están las grandes concentraciones de trabajadores.
Argelia es también una confirmación de estas reglas. La lucha guerrillera la inicia un aparato armado fuertemente centralizado del partido político que arrastra a un 90% de la población árabe, el MNA [Movimiento Nacional Argelino]. Es en nombre de ese movimiento que se llama a la insurrección. Por otra parte, tiene el apoyo permanente de Egipto, Túnez y Marruecos, los países que limitan con ella.
En un capítulo aparte estudiaremos el caso Cuba, que no hace más que confirmar estas premisas generales de todo movimiento guerrillero triunfante: antes de iniciarse la guerra de guerrillas se compensa la inexistencia de grandes organizaciones de masas, sindicatos, soviets urbanos y de una situación revolucionaria en las ciudades, con un colosal desarrollo de otros factores subjetivos. Concretamente, en todos los países en que triunfó la guerra de guerrillas nos encontramos: 1) con que las fuerzas armadas del régimen son extranjeras o mercenarias; 2) Existe un fuerte partido y líderes reconocidos por el movimiento de masas que inician la guerrilla; 3) La debilidad de la situación objetiva interior se compensa con una colosal ayuda de los países limítrofes.
Estas conclusiones son categóricas. Las confirma la experiencia yugoeslava que Guevara no cita y los fracasos guerrilleros que son numerosos y que nuestro autor no analiza. La guerrilla yugoeslava se inició con base en un fortísimo partido de masas, el Partido Comunista; tuvo el apoyo indirecto fronterizo de la guerra ruso-alemana y de la gran guerra en general. Entre los fracasos dignos de destacarse debemos citar los intentos españoles. La falta de apoyo a los intentos guerrilleros en España por parte de los países limítrofes y de las grandes organizaciones de masas abortó toda experiencia de este tipo, a pesar de que ese país reúne todas las condiciones ideales para la guerrilla.
En síntesis, no conocemos ningún país donde un grupo guerrillero haya triunfado de acuerdo al esquema guevarista. No decimos que esto sea imposible en el futuro, sólo señalamos que la experiencia histórica demuestra lo contrario: para que la guerrilla se pueda iniciar con probabilidades de éxito fueron necesarios factores que Guevara ni menciona, fundamentalmente la existencia de un gran partido de masas y el apoyo de países limítrofes. Es decir, donde menos posibilidades tienen un grupo de valientes de triunfar es justamente en la guerrilla, en oposición a los grandes enfrentamientos urbanos en donde la iniciativa de un pequeño grupo que se apoye en la movilización revolucionaria de las masas puede hacer maravillas. La guerrilla exige más que ninguna otra forma de lucha, la existencia de un fuerte partido centralizado o de grandes líderes reconocidos del movimiento de masas. Al olvidar estas claras indicaciones que da la experiencia histórica Guevara está cometiendo un crimen pedagógico: el de crear graves ilusiones sobre la facilidad de hacer la guerrilla y respecto a las condiciones objetivas y subjetivas que ésta exige.
Se nos podrá decir: “Guevara no conoce bien las experiencias históricas pero sí la cubana, y de ella se desprenden sus conclusiones”. Veamos.
LA EXPERIENCIA CUBANA Y EL FUTURO DE AMÉRICA LATINA
La revolución cubana no es una excepción a las leyes generales que han caracterizado a todos los países que se liberaron a través de la guerra de guerrillas. Al igual que en Yugoeslavia, China, Indochina y Argelia, en Cuba tenemos: primero, un ejército mercenario odiado por todo el pueblo.
Segundo, un líder y movimiento de las masas pequeño burguesas, Fidel Castro y el 26 de Julio.
Tercero, un colosal apoyo directo o indirecto de las naciones más próximas: Venezuela, Puerto Rico, Costa Rica y un importante sector del propio imperialismo yanqui. Aclaramos que Guevara acepta casi todos los factores que nosotros señalamos, a los que considera lo excepcional de la revolución cubana, pero les da una importancia mínima o directamente distinta a la que le damos nosotros. Detengámonos un poco en este punto. Para el Che Guevara el hecho de que el ejército cubano haya sido mercenario fue un impedimento al proceso revolucionario. Sin embargo esto tuvo y tiene para Latinoamérica una consecuencia contradictoria. Es mucho más difícil enfrentar a un ejército nacional que a uno mercenario. A ningún trabajador le gusta hacer atentados y matar un ejército formado por sus hermanos. De modo que para iniciar la lucha armada de frentón es mucho mejor que sea mercenario, enemigo en su totalidad del pueblo trabajador.
En el segundo punto es donde nuestras discrepancias con Guevara son mucho más grandes. Él le da una importancia fundamental a la existencia de Fidel Castro; insiste en que fue un triunfo dirigido por un genio. Nosotros concordamos con Guevara en que Fidel fue un genio, pero discrepamos totalmente en la crítica que le hace: haber anunciado la época aproximada de iniciación de la lucha guerrillera, en contra de la principal norma técnica que es la sorpresa. La frase de Fidel que el Che critica es “en el año 1956 seremos libres o seremos mártires”. Nosotros la consideramos una consigna formidable que ponía de pie a la pequeña burguesía cubana contra el régimen. Al igual que los otros “errores técnicos” éste respondía a profundas razones y necesidades políticas: movilizar, entusiasmar a las masas que lo apoyaban. Ahí está justamente la genialidad de Fidel; haber dado siempre con la fórmula, la consigna adecuada al fin político, aunque ella estuviera en oposición a las normas guerrilleras.
La revolución fue hecha por un frente único de todas las clases, instituciones y partidos no ligados directamente al régimen batistiano. Insistimos: todas las clases, instituciones y partidos. La vanguardia de esta revolución fue un gran partido y líder de las masas pequeño burguesas, el 26 de Julio y Fidel Castro, heredero y discípulo a su vez de otro gran movimiento y líder pequeño burgués, el movimiento de Chibás36. El genio político inigualado de Fidel hunde sus raíces en la riquísima experiencia política de una clase cubana: la pequeña burguesía urbana, de la cual Chibás y Fidel fueron sus máximas expresiones. Guevara o Baran37 reconocen por ejemplo, que los terratenientes apoyaron la guerrilla o fueron neutrales frente a ella. Pero se olvidan de los partidos burgueses que los apoyaron con todo en un principio y también de dos colosales instituciones: la iglesia católica y la masonería. Baran admite solamente la oposición de la iglesia católica a Batista y olvida que no sólo se opuso sino que apoyó a Fidel al igual que el Rotary Club. Si a Guevara se le queda en el tintero la mayor parte de las instituciones o partidos políticos burgueses, pierde francamente el paso cuando se refiere a las instituciones o clases populares que apoyaron a la guerrilla. No se cansa de decir que el ejemplo cubano o extranjero indican que la guerrilla o el guerrillero desde su comienzo son campesinos revolucionarios agrarios, “[…] pero que, en la lucha primera, el campesino, centro y médula del Ejército Rebelde, es el mismo que está hoy en la sierra, orgullosamente dueño de su parcela […]38”.
Todo indica, aun el mismo Guevara, que no es así. Baran, por ejemplo, cree que el baluarte del proceso guerrillero fue el proletariado de los grandes ingenios azucareros. Pero tanto Guevara como Baran se pisan cuando reconocen que los terratenientes apoyaban o eran neutrales frente a la guerrilla. No creemos, aunque Guevara lo jure, que los terratenientes apoyaron o miraron con simpatía a sus explotados, los campesinos, empuñando las armas por la revolución agraria. No creemos, repetimos, que se hayan equivocado tanto. Como todo esquemático, dogmático, Guevara se contradice cuando pasa a actuar o a relatar lo que hizo. Entonces los esquemas se hacen trizas ante la realidad. Veamos qué nos dice con respecto a cómo hicieron la escuela de capacitación en Cuba: “La parte importante que nunca se debe descuidar en la escuela de reclutas, es el adoctrinamiento, importante porque los hombres llegan a ingresar sin una concepción clara de por qué vienen, solamente con conceptos difusos sobre la libertad, la libertad de prensa, etc., sin fundamento lógico alguno39”.
En estas pocas líneas, dichas a la pasada, hay un análisis mucho más profundo, serio, responsable, sobre la experiencia histórico-social revolucionaria cubana que en todos los trabajos del Che Guevara juntos. ¿Qué clase nutre a esos reclutas de la guerrilla cubana que “ingresan sin una concepción clara” “con conceptos totalmente confusos sobre la libertad…”? No puede haber ninguna duda, es la juventud burguesa terrateniente y la pequeña burguesía, y no el campesinado ni el proletariado agrícola, que si algo los caracteriza no es precisamente el tener conceptos difusos sobre la libertad, sino bien concretos sobre lo que quieren, principalmente el campesino que sabe perfectamente que lo que quiere es tierra y alimentos. Guevara tiró abajo toda su interpretación con una sola frase. Además no es cierto que esos sectores de clase ingresaran a la guerrilla “sin fundamento lógico alguno” sino que respondían a una profunda lógica que era el programa básico del movimiento de Fidel: ¡Abajo Batista!, ¡Obtengamos las libertades democráticas para el pueblo!
Una vez más tenemos que referimos al genio de Fidel, que en este caso supo crear un fabuloso frente único guerrillero de todas las clases antibatistianas aplicando el principio de que en toda etapa del movimiento de masas hay que precisar las principales consignas políticas de transición que movilicen a las clases de vanguardia. Respecto al tercer punto estamos de acuerdo con Guevara, en que el imperialismo yanqui apoyó o hizo la vista gorda frente al movimiento guerrillero. Lo que Guevara no dice es que varios países próximos (Venezuela, Costa Rica, Puerto Rico) apoyaban también al 26 de Julio y a Fidel Castro.
En su conjunto, el análisis a fondo de la revolución cubana, de la gran revolución cubana, no puede llevar nunca a sacar las conclusiones que saca Guevara para Latinoamérica. En Cuba tuvimos un frente único formado por los terratenientes, la burguesía, la pequeña burguesía, el pueblo trabajador en su conjunto, el imperialismo yanqui, los países próximos, la masonería, la iglesia católica y los más grandes partidos burgueses.
Supongamos en la Argentina bajo Frondizi40 una guerrilla en Tucumán, apoyada en el peronismo y con Perón o Cooke41 dirigiéndola en la montaña, con el apoyo de Brasil, Chile y Bolivia; Kennedy, la iglesia católica, la masonería, la UCR del Pueblo, el socialismo argentino y democrático y los conservadores. O por ejemplo una guerrilla en Brasil hoy día contra Castello Branco, con Goulart o Brizola en la montaña, con el apoyo del PTB [Partido Laborista Brasilero], el PSD [Partido Socialista Democrático] y Kubistchek42, la iglesia, la masonería, Johnson, Argentina, Uruguay y Venezuela, los terratenientes del noroeste y la burguesía paulistana. Eso es lo que ocurrió en Cuba y lo que nunca, jamás, se volverá a repetir. Eso es lo que hay que decirle a todo joven guevarista que arriesgue su vida: nunca más se volverá a repetir la experiencia cubana, nunca volverán a darse esas excepcionales condiciones. Es decir, Cuba confirma la experiencia histórica de todos los países en que triunfó la guerra de guerrillas y al mismo tiempo la imposibilidad de repetir esa experiencia.
Esto no quiere decir que en Latinoamérica no se den guerrillas y luchas armadas en el futuro, pero ellas seguirán pautas total y absolutamente distintas a las de Cuba.
Para encontrar la forma específica de lucha armada que requiere cada uno de nuestros países se hará necesario un estudio exhaustivo de la etapa que vive cada uno de ellos y siguiendo el ejemplo genial de Fidel en Cuba deberemos, antes que nada, sintetizar ese análisis en un clara programa político revolucionario nacional. Esto es lo que el ejemplo de Cuba nos exige y no meras copias de algo que nada tiene que ver con nuestras realidades nacionales.
EL FRENTE ÚNICO Y EL PARTIDO REVOLUCIONARIO
Ya hemos visto que Guevara ni se plantea la necesidad de un partido revolucionario ligado al movimiento de masas para iniciar la guerrilla. A lo sumo, habla de partidos progresistas y de la oportunidad de que un partido se manifieste en los hechos. Eso es todo.
Para nosotros, sin embargo, el problema del partido revolucionario es lo esencial. Hoy día nos encontramos con dos fenómenos paralelos provocados por la revolución cubana: un colosal ascenso del movimiento de masas que nos lleva a una situación de poder dual y el surgimiento de una numerosa vanguardia pequeño burguesa, obrera y campesina, que se plantea el problema de la revolución. Guevara con su teoría del grupo guerrillero y su ignorancia del partido revolucionario, lo único que hace es alentar la dispersión de esa vanguardia en tantos grupos preparatorios de la guerrilla como aspirantes a Fidel Castro hay entre nosotros. El sueño de la guerrilla propia se ha transformado casi en una moda trágica en los círculos revolucionarios pequeño burgueses. Por otro lado, esa vanguardia se aísla del movimiento de masas, del estudio de la realidad y de la formulación de un programa revolucionario. Lo único que ponen los héroes que están dispuestos a luchar es su valentía a toda prueba.
Desgraciadamente ese es un camino que lleva a la derrota de esa vanguardia. Para evitarla o para lograr que esas derrotas fructifiquen por la vía autocrítica, no hay otra salida que plantear que la vanguardia revolucionaria debe unirse en un frente único revolucionario como paso previo a la formación del partido único de la revolución latinoamericana. La vanguardia revolucionaria debe orientarse a trabajar unida en el movimiento de masas con sus organizaciones reconocidas para combatir a las direcciones oportunistas, reaccionarias, que tienden a “institucionalizar” a las organizaciones de los trabajadores. El frente único revolucionario tiene ese objetivo preciso: disputarle la dirección de los trabajadores al oportunismo. Al mismo tiempo esta tarea se combina con otras dos: elevar a la vanguardia espontánea de los trabajadores a una posición conscientemente revolucionaria y a la lucha por el poder a los propios trabajadores. Para lograr realizar estas ciclópeas tareas no hay otro medio que trabajar entre los trabajadores férreamente unidos. Esa unidad sólo se puede lograr si vamos elaborando el programa revolucionario que las masas sienten como suyo porque responde a sus aspiraciones o necesidades. Por eso la gran tarea planteada a la vanguardia es unirse en un frente único revolucionario y elaborar un programa común para trabajar en el movimiento obrero, campesino o urbano, que dependerá del país de que se trate.
¿Y la lucha armada? ¿Y la guerra de guerrillas? Justamente será tarea de ese frente y partido único de la revolución el fijar de acuerdo con el programa, el momento y la forma que deberá adoptar esa lucha armada. Lo que nunca deberá hacer es aceptar un dogma en lugar de elaborar un programa ajustado a esa realidad. Dicho sin ambages: el frente único revolucionario debe rechazar el dogma de la guerra de guerrillas como único método y ajustar su acción, inclusive la armada, a la elaboración de un programa y a la experiencia del movimiento de masas y a la de la propia vanguardia organizada en un partido único de la revolución.
EL DOGMA DE LAS TRES ETAPAS INEXORABLES
“La guerra de guerrillas o guerra de liberación tendrá en general, tres momentos: el primero, de la defensiva estratégica, donde la pequeña fuerza que huye muerde al enemigo; no está refugiada para hacer una defensa pasiva en un círculo pequeño, sino que su defensa consiste en los ataques limitados que pueda realizar. Pasado esto, se llega a un punto de equilibrio en que se estabilizan las posibilidades de acción del enemigo y de la guerrilla, y luego el momento final de desbordamiento del ejército represivo que llevará a la toma de las grandes ciudades, a los grandes encuentros decisivos, al aniquilamiento total del adversario43”. “[…] en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de las ciudades desde el campo44.” […] que se ligue a las masas campesinas, que crezca de menor a mayor, que destruya al ejército en lucha frontal, que tome a las ciudades desde el campo45”.
Y podríamos seguir así hasta el infinito: la lucha guerrillera es, sin excepciones, el único método revolucionario correcto en América Latina y ella debe seguir siempre las mismas pautas, las mismas tres fases. Primero, un pequeño núcleo comienza la guerrilla; segundo, los núcleos guerrilleros se transforman en un ejército popular que enfrenta en una guerra al ejército oficial; tercero, una vez derrotado en el campo recién entonces comienza la lucha de frentón en las ciudades.
El más importante análisis que debe hacer una dirección revolucionaria es precisar las etapas de un proceso revolucionario y las tareas que les corresponden.
La etapa se la caracteriza por las relaciones del país con el imperialismo, de las clases entre sí y con el Estado, de la situación de los explotadores, del movimiento de la clase trabajadora con sus organismos y dirigentes. Con base en esos cuatro elementos de la realidad se define el carácter de la etapa y de ese carácter las tareas revolucionarias a llevar a cabo. No es lo mismo la etapa posterior al triunfo del golpe reaccionario de Odría46 en Perú, con la total derrota del movimiento obrero y campesino, y la unidad de la burguesía tras Odría, que la actual de colosal ascenso del movimiento campesino y de ruptura entre los sectores burgueses. Guevara, al señalamos un orden fijo, inamovible de tareas, nos indica indirectamente que las etapas son lo mismo, fijas, inexorables, inamovibles.
Su esquema nos evita el rompernos la cabeza para precisar esas etapas, es decir, las relaciones entre las clases del país y las tareas que debemos darnos. Por ejemplo, ¿por qué íbamos a desesperarnos pensando lo que haríamos en Brasil cuando caía Goulart? La solución ya la teníamos: la primera etapa nos exige preparar la guerrilla. Eso es entonces lo que tenemos que hacer ahora y lo que tendremos que hacer dentro de diez años, si todavía no hemos entrado en la primera etapa. Como vemos, la fórmula guevarista tiene todas las ventajas menos una: no sirve absolutamente para nada, o mejor dicho sólo para provocar desastres directos o indirectos.
El marxismo europeo tuvo y en gran medida sigue teniendo una concepción esquemática de las etapas, al afirmar que la lucha armada es la culminación del ascenso del movimiento de masas, esencialmente obreras y urbanas, y las etapas anteriores son evolutivas, ideológicas, organizativas, políticas. No se le ocurría que la lucha armada podía y debía utilizarse en cualquier momento y con cualquier sector de clase a la vanguardia y en cualquier etapa de la lucha de clases. Fetichizó así la propaganda y el desarrollo gradual del movimiento de masas y a la clase obrera. Guevara ha fetichizado la lucha armada, sus etapas y una variante de ella, la guerrilla, como así también una clase: el campesinado.
Para Guevara, al igual que para los marxistas europeos, no hay variantes ni combinaciones de tareas. Siempre, siempre, hay que empezar por un núcleo guerrillero que se transforma siempre, en un ejército popular, y termina finalmente disputándole las ciudades al ejército oligárquico. Guevara ni sueña, que, por ejemplo, es muy posible que los campesinos del Cuzco organicen primero un ejército campesino, las milicias campesinas, que podrían utilizar la guerrilla en mayor o menor grado. En la concepción de Guevara no entra la posibilidad de que la revolución en Brasil pasaba por la lucha urbana política-propagandística, por desarrollar las organizaciones de suboficiales y su ligazón con los trabajadores, y no por organizar la guerrilla. Es decir, si ocurría eso, antes que la guerrilla, teníamos la lucha dentro de las mismas ciudades. Las etapas revolucionarias y su combinación con la lucha armada, varían de país a país y son siempre diferentes, porque son diferentes las combinaciones de clase de la revolución y sus etapas. Es decir, hay caminos o formas específicas de hacer la revolución y la lucha armada.
Aquí se hace necesario hacer una aclaración fundamental sobre la teoría jruschovista de los caminos específicos para llegar al socialismo. Bajo ese nombre se esconde una posición reformista que autoriza a cada partido comunista a tener una política de colaboración de clases en sus países. Nosotros creemos, con Guevara, que no hay otra forma de llegar al socialismo que la lucha de clases y sus corolarios inevitables, la lucha armada y la destrucción de las fuerzas del régimen, aunque estas leyes generales tienen formas específicas de aplicación de país a país y de etapa a etapa.
Las formas que debe adquirir la lucha armada deben variar con las etapas de la lucha de clases y el revolucionario que hace un juramento de utilizar en toda etapa un sólo método, le está dando una gran ventaja a la reacción. Un verdadero marxista va a utilizar la forma de lucha armada que mejor convenga al desarrollo de la lucha en su país. El tomar rehenes en Bolivia o Argentina, acompañado de la defensa armada, puede ser explosivo si es masivo y bien organizado. ¿Por qué vamos a negar esa posibilidad? El terrorismo dio grandes frutos al movimiento obrero anarquista español o argentino, y también en otros países. La insurrección armada y la huelga general insurreccional también dieron un gran resultado basadas en milicias o comités de defensa obreros o campesinos. Descubrir cuál es la mejor forma de encarar la lucha armada es una obligación, pero para ello debemos partir de una premisa: no hay forma fija de aquí a la eternidad, sino por el contrario, varía de país a país y de etapa a etapa de la lucha de clases.
CUBA, UNA EXCEPCIÓN
Lo curioso del Che es que opina que hay un país excepcional donde no se debe aplicar ni el método de guerra de guerrillas, ni sus etapas. Ese país es Cuba. Nuestro autor encara la defensa de Cuba, ante un supuesto ataque del imperialismo, en la siguiente forma: “[…] cada campesino durante el día será un pacífico cultivador de su tierra, y en la noche será el temible guerrillero, azote de las fuerzas enemigas. Algo semejante ocurrirá con los obreros; también los mejores entre ellos se prepararán […]. Cada tipo social, sin embargo, tendrá tareas distintas; el campesino hará la lucha típica del guerrillero […] el obrero, en cambio, tiene en su favor, el hecho de estar dentro de una fortaleza de enormes dimensiones y eficacia, como es una ciudad moderna, y al mismo tiempo la dificultad de no tener movilidad […]47”.
Guevara se contradice frase tras frase. Antes que nada nos da gato por liebre, ya que “un campesino que durante el día es un pacífico cultivador de su tierra”, es cualquier cosa menos un guerrillero, según él mismo ha explicado. Ese campesino puede ser parte de la milicia campesina, de los comités de defensa o miembro de un ejército clandestino, pero lo que nunca será, mientras siga atado a su trabajo, es guerrillero.
Lo que salta a primera vista, es que el plan de Guevara para defender a Cuba va contra todos los argumentos guevaristas.
Antes que nada se piensa enfrentar a un ejército todavía no derrotado, recién desembarcado, en las ciudades, en contra de todo lo que se dice sobre la imposibilidad de derrotarlo en las ciudades si antes no ha sido derrotado en el campo. A esto se podrá argumentar que se hace así porque la clase obrera ya está armada por el gobierno revolucionario. Nosotros respondemos a esta objeción haciendo una pregunta que es la quintaesencia de esta polémica: Si la clase obrera de cualquier país latinoamericano para defender sus conquistas o para lograr otras nuevas logra armarse, ¿puede enfrentar desde la ciudad al débil ejército nacional, como la clase obrera cubana podrá enfrentar a colosal ejército de invasión?
Hecha de otra forma: ¿podrá repetirse la experiencia boliviana? Si no creemos que la clase obrera cubana por razones telúricas es diferente al resto de la clase obrera latinoamericana, la respuesta no puede ser otra cosa que: Sí, puede encararse la derrota de los ejércitos nacionales desde las ciudades y el único problema es cómo armar a la clase obrera y debilitar y anarquizar a las fuerzas de represión. No hay razones técnicas que valgan, como que en las ciudades no se puede combatir a un ejército que no haya sido derrotado anteriormente en el campo.
Falta agregar que nosotros creemos que para armar a la clase obrera sólo se necesita una política correcta.
Guevara, como siempre que no teoriza, que tiene que enfrentar una experiencia concreta, se contradice. Enfrentando a las organizaciones actuales de las masas trabajadoras cubanas y a la posibilidad de invasión, no las ignora, como nos aconseja a nosotros, hasta que derrotemos al ejército invasor en el campo por medio de la guerra de guerrillas. Por el contrario, se apoya en ellas para encarar la nueva lucha armada de las masas cubanas. Hace muy bien; hace lo que nosotros insistimos que hay que hacer en toda Latinoamérica: tomar en cuenta el pasado de combatividad y organización del movimiento de masas, sea urbano o rural, sin fetichizar ningún sector social o geográfico, ni ninguna etapa o forma de lucha armada.
Pero tampoco concordamos con Guevara en abandonar un esquema para caer en otro. No estamos seguros si las fuerzas de invasión son numerosísimas, más de medio millón de soldados yanquis, por ejemplo, cuál deberá ser la táctica de lucha armada correcta. Quizás la guerra de guerrillas hecha por un colosal ejército de masas guerrillero y no la defensa de las ciudades. Sólo el estudio de la realidad y los cambios de ella nos podrán indicar el método correcto, ya que no hay dogma que valga a la lucha de clases, ni a su máxima expresión, la lucha armada.
EL CARÁCTER DE CLASE DEL GUEVARISMO
Guevara cita sistemáticamente a Lenin respecto al problema del Estado para fortificar sus posiciones. Nos lo presenta de perfil. El genio de Lenin —decía Trotsky— no se refleja sólo en el hecho que dirigió la revolución de octubre, sino también en que supo retroceder en Brest-Litovsk. Lo mismo tenemos que decirle a los guevaristas: el genio de Lenin no se refleja sólo en sus trabajos teóricos contra los oportunistas sobre el rol del Estado burgués y sus fuerzas armadas, sino en su despiadada crítica a los sectarios.
El sectarismo es una de las peores plagas del movimiento revolucionario y es un colosal mérito histórico del leninismo haberlo combatido sin piedad como la otra cara del oportunismo.
Poco después de la revolución rusa surgió dentro del movimiento comunista mundial una corriente denominada comunista de izquierda, sectaria, que opinaba que como la revolución rusa había triunfado a través de la consigna de “todo el poder a los soviets”, lo mismo había que hacer en otros países, Italia, Alemania, Francia, España, Argentina, no trabajando en las organizaciones reconocidas de los trabajadores. Nada más fácil. ¿Para qué el estudio de la realidad y el trabajo en el movimiento obrero, si teníamos la fórmula perfecta? ¿Acaso los bolcheviques no habían tomado el poder con esa consigna?
La sorpresa fue que Trotsky y Lenin iniciaron una violenta polémica contra estos comunistas de izquierda exigiéndoles que ajustaran sus consignas, programa, a la realidad de cada país y de los trabajadores. En Alemania no había tiempo de construir soviets y lo que había que hacer era unirse a los socialistas para tareas comunes frente a la patronal y desarrollar los comités de fábrica, los organismos que los obreros alemanes conocían. Los comunistas de izquierda no salían de su asombro: Lenin y Trotsky que habían tomado el poder, que habían hecho la revolución con la consigna “todo el poder a los soviets” se negaban a extender y aplicar esa consigna indiscriminadamente y exigían un estudio exhaustivo de cada realidad nacional. La conclusión de los comunistas de izquierda fue que Lenin y Trotsky eran oportunistas, reformistas sin remedio. Estos señalaron como el ultra izquierdismo es producto de la desesperación pequeño burguesa, del intento de reemplazar la realidad por la voluntad revolucionaria.
Hoy día nos encontramos en Latinoamérica con un fenómeno político social parecido: el guevarismo, la corriente sectaria, ultra izquierdista del movimiento castrista latinoamericano. Como en Cuba el poder se lo tomó a través de la guerra de guerrillas, y la formación de un ejército guerrillero, esta nueva corriente ultra izquierdista levanta como bandera la guerrilla en lugar de los soviets y se empeña en ignorar el trabajo en el movimiento de masas organizado. Al igual que los comunistas de izquierda, tratan de eximirse de estudiar la realidad de cada país y trabajar en el movimiento de masas aplicando mecánicamente el método con el que ya se triunfó en Cuba. Con un agravante: los dirigentes de esta nueva corriente sectaria, ultra izquierdista, son los mismos del proceso revolucionario latinoamericano.
No es casual que Guevara sea el líder o el teórico de esta corriente y que Fidel lo apoye. Todo el pasado de ellos explica ese rol. En Cuba, las organizaciones sindicales fueron una colateral del régimen batistiano y el movimiento revolucionario pequeño burgués tenía que verlo justificadamente con profundo odio. Fidel, obligado por las circunstancias, ha ignorado el trabajo en las organizaciones obreras, aunque intentó uno directo sobre la clase obrera desde el 26 de Julio. Esto no fue grave por las razones ya apuntadas: el gran movimiento de masas era el propio 26 de Julio y las organizaciones obreras estaban encadenadas al régimen. Guevara hizo su primer aprendizaje político como “contrera” en nuestro país, como enemigo mortal de las organizaciones y el movimiento obrero tal cual se dio: como peronismo. Es decir, el pasado de ellos los lleva a ignorar totalmente el formidable rol de las organizaciones del movimiento obrero y campesino latinoamericano. Aquí también generalizan una experiencia única, que no se repite en el resto de Latinoamérica en donde las organizaciones sindicales no son las correas de transmisión del régimen oligárquico, sino por el contrario, sus enemigos mortales, en contraposición a lo que ocurrió en Cuba.
Toda analogía es muy peligrosa, porque nunca dos fenómenos humanos se dan de la misma forma. La ventaja del guevarismo es que la pequeña burguesía desesperada y los desclasados, base social del sectarismo guevarista, son relativamente positivos en el proceso revolucionario latinoamericano y en algunos países pueden llegar a cumplir un rol de vanguardia; pero desgraciadamente en Latinoamérica la guerrilla se está transformando en muchos países en un medio seguro de aislar a la vanguardia pequeño burguesa y desclasada del movimiento y de las organizaciones de masas. El ejemplo de Hugo Blanco o Juliao vienen al caso. Estos dos dirigentes provenientes de la clase media han sido mucho más útiles que centenares de pequeño burgueses de sus países que se aislaron durante meses o años para poder preparar la guerrilla, uniéndose al movimiento de masas, ayudándole a organizarse, penetrando y cumpliendo un rol dirigente. Todo revolucionario pequeño burgués puede ser un Hugo Blanco o un Juliao en la medida en que se unan al movimiento de masas. Si son capaces de esto, y posteriormente de encontrar la táctica correcta, que no puede ser otra que la feliz combinación específica de lucha armada y organización de masas que corresponda a su país, el futuro personal de ese pequeño burgués revolucionario, y, lo que es más importante, del país y Latinoamérica, está asegurado. Si no, éste será negro, plagado de desastres por ignorar al movimiento de masas y a la realidad de nuestros países.
CÓMO CITA GUEVARA A LENIN
Todos estos problemas fueron estudiados por Lenin y son penosamente olvidados por los guevaristas. Lenin en su trabajo sobre las guerrillas no se cansa de señalar que éste es sólo un método entre muchos otros y que para saber si cabe o no su aplicación, se impone un estudio de la realidad, lo mismo que hemos dicho nosotros.
“[…] reconoce las más diversas formas de lucha, pero sin ‘inventarlas’ sino simplemente generalizando, organizando e infundiendo conciencia de aquellas formas de lucha de las clases revolucionarias que por sí mismas surgen en el curso del movimiento. […] engendra constantemente nuevos y cada vez más diversos métodos de defensa y ataque. De ahí que el marxismo no rechace incondicionalmente ninguna forma de lucha. El marxismo en modo alguno se limita a las formas de lucha posibles y existentes solamente en un momento dado, sino que reconoce la inevitable necesidad de formas de lucha nuevas, desconocidas para quienes actúan en un período determinado y que surgen al cambiar la coyuntura social dada. En este respecto, el marxismo aprende, si vale expresarse así, de la práctica de las masas y nada más lejos de él que la pretensión de enseñar a las masas formas de lucha caviladas por ‘sistematizadores’ de gabinete48”.
“En segundo lugar, el marxismo exige incondicionalmente que el problema de las formas se enfoque históricamente. Plantear este problema al margen de la situación histórica concreta es tanto como no comprender los rudimentos del materialismo dialéctico. En diferentes momentos de la evolución económica, con sujeción a las diversas condiciones políticas, culturales, nacionales y de vida, etc., se destacan en primer plano diferentes formas de lucha, como las formas de lucha fundamentales, y, en relación con esto, varían a su vez las formas secundarias, accesorias. Querer contestar simplemente que sí o que no a un determinado medio de lucha, sin entrar a considerar en detalle la situación concreta del movimiento de que se trata en una fase dada de su desarrollo equivale a salir totalmente del terreno del marxismo49.”
El genio de Lenin, al igual que el de Mao, no podía dejar de notar que la clase que frecuentemente quiere utilizar como único medio la guerrilla, son los desclasados, los lúmpenes.
“Se dice que la guerra de guerrilla acerca al proletariado consciente a los borrachos degenerados y a los desclasados. Y esto es verdad50”.
“El lumpen proletariado forma la mayoría del ejército rojo […] como consecuencia de esto surgió una mentalidad política de insurgentes errantes51”.
Nada de esto asusta a Lenin, que señala, por el contrario, que lo que distingue a los marxistas revolucionarios es el hecho de utilizar todos los métodos, incluida la guerrilla, adecuado a la clase que está a la vanguardia y a la situación por la que atraviesa el país, pero supeditados al partido del proletariado y a los objetivos socialistas de él. Es decir, Lenin le da una importancia fundamental a la existencia del partido marxista revolucionario y a sus objetivos. La experiencia guerrillera ha hecho una modificación a este planteo leninista: con grandes partidos de masas revolucionarios es posible tomar el poder e iniciar la guerrilla, pero no han eliminado la perentoria necesidad de que estos partidos existan:
“Pero lo único que de aquí se desprende es que el partido del proletariado no debe nunca considerar la guerra de guerrillas como el único, ni siquiera como el fundamental medio de lucha, sino que debe supeditarse a otros, debe guardar la necesaria proporción con los principales medios de lucha, debe ser ennoblecido por la influencia educadora y organizadora del socialismo. Sin esta última condición, todos, absolutamente todos los medios de lucha, en la sociedad burguesa, acercarán al proletariado a diferentes capas no proletarias situadas por encima o por debajo de él y, abandonado al curso espontáneo de las cosas, descenderá, se degenerará, se prostituirá. Las huelgas, si se abandonan al curso natural de las cosas, se convierten en alianzas, en convenios entre obreros y patronos en contra de los consumidores. El parlamento se convierte en un burdel, donde una pandilla de politicastros burgueses al por mayor y al por menor comercia con la ‘libertad del pueblo’ el ‘liberalismo’ la ‘democracia’, el ‘republicanismo’ el anticlericalismo, el socialismo y demás mercancías al uso. Los periódicos se convierten en alcahuetes asequibles a todos, en instrumentos de corrupción de las masas, de burda adulación de los bajos instintos del tropel, etc., etc. La socialdemocracia no conoce medios universales de lucha que levanten una muralla china entre el proletariado y las capas situadas un poco por encima o por debajo de él. La socialdemocracia emplea diferentes medios en las diferentes épocas, supeditando siempre su empleo a condiciones ideológicas y de organización rigurosamente determinadas52.”
Guevara ignora las enseñanzas de Lenin al eliminar toda forma de lucha armada que no sea la guerra de guerrillas, al ignorar el carácter de clase de la guerrilla y al desconocer la importancia del partido, aun del gran partido de masas; que la propia experiencia guerrillera nos enseña que es indispensable.
EL PORQUÉ DE LOS FRACASOS
Ha llegado el momento de explicar de una vez por todas y de la mano de Lenin, las causas sociales y políticas de los graves desastres y derrotas de todos los intentos guerrilleros latinoamericanos: son la consecuencia inevitable de una tendencia ultra izquierdista, sectaria, que ignora la necesidad de un partido y una política revolucionaria hacia el movimiento de masas, y reemplaza esa ignorancia con una enorme voluntad revolucionaria, una aplicación mecánica y caricaturesca de la experiencia cubana (a veces hasta del lenguaje cubano). ¿Qué tiene de raro entonces que esas realidades nacionales que ellos ignoran se les vengan encima y les destruyan los planes?
Si los guerrilleros caen o si las armas les son interceptadas en la frontera, para nosotros eso es una consecuencia más de no tener un partido revolucionario y darle la espalda al movimiento de masas. Ellos seguirán diciendo que son fallas subjetivas, técnicas: alguien se lavó en el río, algún “chivato” habló o fueron demasiados guerrilleros para la cantidad de alimentos depositados.
Nosotros al buscar la causa de los fracasos en profundas razones objetivas (estado del país y de las organizaciones de masas), somos consecuentes con Lenin y el marxismo. Ellos con sus explicaciones técnicas son idealistas, metafísicos, ven un solo lado y el menos importante.
Este método de Guevara explica que jamás se haya detenido a analizar las experiencias negativas de la guerra de guerrillas latinoamericana, es decir de sus colosales y trágicos fracasos. Consecuente hasta el fin, da por adelantado una explicación de los fracasos en su libro, en su único comentario conocido sobre el tema, cuando dice: “Casi todos los movimientos populares que se han intentado en los últimos tiempos contra los dictadores han adolecido de la misma falla fundamental: de una inadecuada preparación. Es que las reglas conspirativas, que exigen un trabajo sumamente secreto y delicado, no se cumplen por lo general en estos casos que hemos citado53”. En buen romance: fracasan por inadecuada preparación técnica. No es tampoco que nuestro autor, con la honestidad intelectual y revolucionaria que lo caracteriza, reconozca que los héroes de la Sierra Maestra, y entre ellos Fidel Castro, fallaron justamente en uno de los aspectos fundamentales de la preparación técnica de la guerrilla y no se plantee por qué triunfaron a pesar de esos errores.
Nosotros creemos que la concepción guevarista es la verdadera causa teórica de los fracasos, aunque hay razones de clase para ello: reflejan la desesperación y la incapacidad para trabajar dentro del movimiento de masas de los mejores cuadros revolucionarios de la pequeña burguesía y lúmpenes de Latinoamérica.
DOS MÉTODOS
Ahora nos proponemos sintetizar las diferencias y sacar conclusiones. El revolucionario que nos lee se dirá: “Todo está muy bien. Guevara nos da un método que tendrá todos los defectos que se quiera, pero es mejor que nada. Con él empezamos la batalla contra este régimen de oprobio y lo más que nos puede pasar es que nos maten”. Nosotros queremos responder categóricamente por qué son dos métodos distintos y cómo el nuestro es el único práctico, efectivo, que de verdad llevará a la derrota de la oligarquía y el imperialismo. Precisemos ahora los acuerdos y las diferencias entre Guevara y nosotros:
1) Entre Guevara y nosotros hay un acuerdo de principio y de hecho. De principio, porque estamos contra el oportunismo jruschovista y nacionalista burgués o pequeño burgués, que reivindica los caminos pacíficos hacia el socialismo y la colaboración con la burguesía, y a favor de la revolución en permanencia y de la lucha armada para destruir los aparatos de represión del régimen, como imprescindibles e inevitables. De hecho, porque nos reivindicamos del mismo movimiento político social de Guevara: el castrismo.
2) Este acuerdo no nos impide discrepar con Guevara en todo o en casi todo:
a) No aceptamos que haya un solo método de derrotar a los explotadores de América Latina, que es la guerra de guerrillas.
b) Tampoco creemos en la técnica de ese método (las tres etapas inexorables).
c) No concordamos en que la guerra de guerrillas sea la única forma de lucha armada viable.
d) Nos parece muy peligroso el juzgar como Guevara que los explotadores con sus instituciones principales (gobierno, fuerzas armadas), forman una estructura monolítica sin graves crisis. Creemos lo contrario, que viven de crisis en crisis y que ellas deben ser utilizadas en profundidad con una hábil política revolucionaria.
e) Consideramos francamente criminal la ignorancia de Guevara en su análisis y estrategia, de las grandes organizaciones de masas latinoamericanas, los sindicatos obreros y campesinos, como de las preocupaciones y acciones del movimiento de masas.
f) Tan grave como el anterior e íntimamente ligado a ese olvido, es el del programa, partido y política revolucionaria.
g) No creemos por lo tanto en el mito de que un grupo de valientes alejado del pueblo trabajador, sin programa, política, ni partido revolucionario, pueda iniciar la lucha armada y la guerra de guerrillas, pese a su valentía y sus ansias de voltear a los explotadores.
3) Nuestro método es radicalmente opuesto al de Guevara y se basa en esas críticas.
a) Antes que nada creemos que la vanguardia revolucionaria de cada país latinoamericano, organizada en un sólido partido revolucionario e íntimamente ligada al movimiento de masas, debe darse su programa revolucionario, como su forma y momento de iniciar la lucha armada.
b) Esto significa en un sentido que nuestro método es no tener un método fijo, inamovible para todos los países, sino por el contrario, una serie de principios generales a aplicar a cada país. El primero, justamente es que no hay método fijo, ya que éste debe ajustarse a la realidad de cada país, que es distinta en cada uno de ellos y en cada etapa del proceso revolucionario. El segundo, que la forma de lucha armada, que es inevitable, insistimos, inevitable, está supeditada al análisis y al programa político para el país dado, y no estos para aquella. El tercero, que el programa y el análisis deben partir esencialmente de lo que las masas trabajadoras quieren y hayan logrado organizativa, políticamente y en grado de conciencia.
c) Estos principios obligan a que la vanguardia pequeño burguesa o desclasada, baluarte de la política guevarista, le dé importancia al trabajo en el seno del movimiento de las masas trabajadoras, a la construcción del partido revolucionario, al programa, evitando así su separación del proceso real revolucionario por el que atraviesan los trabajadores latinoamericanos y las trágicas y heroicas aventuras.
El estudiante revolucionario que nos lea se desesperará e insistirá: “Todo está muy bien, pero ¿qué hacemos?” Llevada a ese plano la pregunta no podemos menos que decir lo contrario que nuestro autor: unirse todos los revolucionarios en un partido único en cada país para adoptar un programa revolucionario que nos permita trabajar dentro de las organizaciones de los trabajadores, para desde ahí organizar la toma del poder con los métodos de lucha armada adecuados al grado de desarrollo y conciencia del movimiento de masas de ese país. Y si no nos entiende le podemos decir qué es lo que no hay que hacer: aceptar el honesto pero criminal consejo de Guevara de organizar un grupo guerrillero alejado del pueblo trabajador y exigir, como mínimo, el derecho a elaborar la línea para su país, unido en un mismo organismo a los otros revolucionarios, sin aceptar recetas de ninguna clase. Si hace así, estará con el método de Lenin, Trotsky y Fidel Castro, que dirigió la gran revolución cubana, y en contra de los ultra izquierdistas que están sembrando el camino de derrotas.
1- Raúl Leoni Otero (1905–1972) fue presidente de Venezuela desde 1964 a 1969. [Nota del Editor.]
2- João Goulart (1918–1976) fue un político brasilero que sirvió como presidente de Brasil. Leonel de Moura Brizola (1922–2004) fue gobernador de Rio Grande del Sur. Ambos fueron depuestos por un golpe militar el 1 de abril de 1964.
3- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas: un método”. Estrategia, número 1, tercera época, marzo de 1964, p. 45.
4- Íbid., p. 45.
5- Íbid., p. 45.
6- Íbid., p. 45.
7- Guevara, Ernesto: “Cuba: ¿caso excepcional o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?”, Obras completas, Ediciones del Plata, Buenos Aires, 1967. Tomo 2, p. 57.
8- Guevara, Ernesto: “Esencia de la lucha, estrategia y táctica guerrilleras”, Obras completas, Ediciones del Plata, Buenos Aires, 1967. Tomo 1, p. 37.
9- Colorados y azules se refiere a dos facciones en el sino de las Fuerzas Armadas argentinas, que se formaron a principio de la década de 1960. Por un lado los “azules”, eran el ala más institucional, que favorecía la vuelta a los gobiernos civiles. Los “colorados” estaban compuestos de anti-peronistas recalcitrantes que estaban por una dictadura militar indefinida. Los “azules” y “colorados” se enfrentaron militarmente en 1962. [Nota del editor.]
10- Rómulo Ernesto Betancourt (1908–1981), dirigente del partido socialdemócrata Acción Democrática y dos veces Presidente de Venezuela de 1945 a 1948 y nuevamente de 1959 a 1964. [Nota del editor.]
11- Manuel Prado y Ugarteche (1889-1967) fue un político y banquero peruano que ocupó la Presidencia del Perú en dos ocasiones (1939–1945 y 1956–1962). [Nota del editor.]
12- Alfredo Stroessner (1912–2006) fue un militar, político y dictador paraguayo. Fue presidente de Paraguay entre 1954 y 1989, donde ejerció una dictadura que duró 35 años. [Nota del editor.]
13- Guevara, Ernesto: “Cuba: ¿caso excepcional…?” ob. cit., p. 56.
14- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas…”, ob. cit., p. 45.
15- Ángel Víctor Paz Estenssoro (1907 –2001) fue un destacado abogado y político boliviano, presidente de la República en cuatro ocasiones por el partido burgués Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). [Nota del Editor.]
16- Guevara, Ernesto: “Esencia de la lucha…”, ob. cit., p. 38.
17- Guevara, Ernesto: “Esencia de la lucha…”, ob. cit., p. 38.
18- Getulio Vargas (1882–1954) fue presidente de Brasil, primero como dictador desde 1930 a 1945, y luego electo por voto popular desde 1951 hasta su suicidio en 1954. Favorecía el nacionalismo, la industrialización, centralización, bienestar social y el populismo; por esto último le dieron el apodo de “Padre de los pobres”. Proponía los derechos obreros y también era un anticomunista empedernido. [Nota del editor.]
19- Humberto de Alencar Castelo Branco (1897–1967) fue un militar y político brasileño, primer presidente como dictador militar instaurado por el golpe de 1964. [Nota del editor.]
20- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas…”, ob. cit. p. 44.
21- Íbid., p. 45.
22- Guevara, Ernesto: “Esencia de la lucha…”, ob. cit., p. 63.
23- Guevara, Ernesto: “La guerra de guerrillas”, ob. cit., p. 173.
24- Guevara, Ernesto: “Esencia de la lucha…”, ob. cit., p. 54.
25- Íbid., p. 61.
26- Íbid., p. 62.
27- Íbid., p. 61.
28- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas…”, ob. cit. p. 102.
29- Íbid., p. 46.
30- Francisco Julião (1915-1999): fue el dirigente de la movilización que dio lugar a la formación de las “ligas campesinas” y las ocupaciones de tierras, a comienzos de los sesenta en el estado de Pernambuco, en el nordeste del Brasil. En 1964 fueron reprimidas por la dictadura y Julião fue preso y luego exiliado. [Nota del Editor.]
31- Guevara, Ernesto: “Esencia de la lucha…”, ob. cit., p. 57.
32- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas…”, ob. cit. p. 41.
33- Íbid., p. 142.
34- Íbid., p. 126.
35- Guevara, Ernesto: “Esencia de la lucha…”, ob. cit., p. 41.
36- Eduardo Chibás Ribas (1907—1951) fue un político Cubano que denuncio la corrupción y el gangsterismo desenfrenado durante los gobiernos de Ramón Grau y Carlos Prío que precedieron la era de Batista. Creía que la corrupción era el problema más grande de Cuba. [Nota del Editor.]
37- Paul Alexander Baran (1909-1964), fue un marxista norteamericano, nacido en Rusia y profesor en Stanford University. En 1961 publico el panfleto Reflections on the Cuban Revolution [Reflecciones sobre la Revolucion Cubana] en el Monthly Review Press. [Nota del Editor.]
38- Guevara, Ernesto: “Cuba: ¿caso excepcional…?” ob. cit., p. 62.
39- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas…”, ob. cit. p. 148.
40- Arturo Frondizi (1908–1995) fue Presidente de Argentina desde 1958 a 1962. Fue derrocado por un golpe militar liderado por Juan Carlos Onganía. [Nota del Editor.]
41- John William Cooke (1919–1968), dirigente peronista que, después del triunfo de la Revolución Cubana, sería el ideólogo del ala filo castrista del peronismo. [Nota del editor.]
42- Juscelino Kubitschek (1902–1976) fue president de Brasil desde 1956 a 1961.[Nota del Editor.]
43- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas…”, ob. cit., p. 47.
44- Guevara, Ernesto: “Cuba: ¿caso excepcional…?” ob. cit., p. 61.
45- Íbid., p. 61.
46- Manuel Arturo Odría (1896–1974) fue un militar y político peruano, Presidente del Perú entre 1948 y 1956. [Nota del editor.]
47- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas…”, ob. cit. p. 184.
48- V.I. Lenin: “La guerra de guerrillas”, 30 Septiembre 1930, Obras Completas, tomo XI, Editorial Cartago, Buenos Aires 1960. p. 207 y 208.
49- Íbid., p. 208.
50- Íbid., p. 215.
51- Resolución escrita para una conferencia de las organizaciones del Partido Comunista del IV Ejército Rojo en diciembre de 1929, que junto con otras citas parecidas, fueron posteriormente modificadas y resumidas en las Obras Escogidas de Mao-Tse-Tung. Citado por varios historiadores del Partido Comunista Chino y en Hong-Kong: Hsinmin Chu-panshe, 1949, p.14 y 15.
52- V.I. Lenin: “La guerra de guerrillas”, ob.cit., p. 215.
53- Guevara, Ernesto: “Guerra de guerrillas: un método”, ob. cit.